En días pasados, un juez federal otorgo amparos provisionales que suspenden la aplicación de las reformas a la Ley de la Industria Eléctrica, López Obrador ha pedido abiertamente que lo investiguen, ha criticado a otros juristas y ha enviado una carta al presidente de la Suprema Corte para “ventilar los asuntos públicos” relativos a ese impartidor de justicia.
Sin embargo y a pesar de lo que argumenta el primer mandatario se ha dado una suspensión indefinida por parte del Poder Judicial que determinó para las recién publicadas reformas y adiciones a la Ley de la Industria Eléctrica que deben respetarse y acatarse por el Ejecutivo como lo ha manifestado la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex).
Ello porque afecta la libre competencia y concurrencia, además de que producirá daños inminentes e irreparables al medio ambiente.
¿Será cierto o acaso existe algún otro motivante secreto por parte del Poder Judicial? El tiempo, como siempre, dará la razón a quién la merezca. Este suceso me hace recordar un episodio histórico en los anales de nuestra historia nacional, justamente el protagonista fue un juez que al final olvidó que el escarnio público le dio una sentencia moral terrible.
¡Cuidado! don Arturo Zaldívar, titular de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ya lo ha referido el presidente Andrés Manuel López Obrador: “El pueblo pone, el pueblo quita, él pueblo manda”.
Analicemos:
Los papeles se amontonaban sobre el escritorio del juzgado. Ninguno de los funcionarios tenía prisa. Los días se convertían en semanas y las semanas en meses. El porfiriato se las había ingeniado para que la justicia fuera selectiva y terriblemente burocrática. La ley era un mito: se hablaba de su existencia pero nadie la había visto.
Don Tomás Ortiz era Juez de Distrito en San Luis Potosí. Su vida transcurría sin mayor emoción que la de marchar por las mañanas al juzgado y regresar por las tardes a su hogar.
Su reputación era la de un buen hombre “que pasaba su vida entre papeles y causas sin importancia, tramitando ridículos amparos”; cumplía con su trabajo y hasta donde podía aplicaba la ley –sin lesionar, desde luego, intereses de personajes influyentes del gobierno.
En 1910 “la quietud del ambiente que se respiraba en el país comenzó a alterarse con motivo de la campaña presidencial que en aquellos días tuviera en tensión los nervios de los mexicanos”.
El 22 de junio de 1910, la vida de don Tomás cambió para siempre: recibió la orden de enjuiciar a Madero por el supuesto delito de sedición y por injuriar al presidente de la república. La intención era clara: el juez debía mantenerlo preso mientras se verificaran las elecciones.
“Por primera vez, en su larga actuación jurídica, el juez Ortiz pasó una noche de agitación pensando en lo que sobrevendría de aquel acto tan impolítico”, pero sin oponerse al gobierno, don Tomás se convirtió en cómplice del magno fraude de 1910.
Nadie podía saber lo que sobrevendría con la represión política, hasta que a finales de octubre 1910, comenzó a circular un documento que fue conocido como Plan de San Luis, con el cual Madero convocó al pueblo mexicano a tomar las armas a partir del 20 de noviembre, la revolución estaba en marcha.
La decisión del juez Ortiz de obedecer ciegamente los dictados del gobierno porfirista lo marcaron para siempre. “Desde esos momentos –señaló “La Prensa”- la vida de aquel funcionario judicial fue en extremo amarga y si no se le persiguió por su actuación en el proceso, sí se le negó figurar en otros regímenes, llegando hasta a verse precisado a expender productos industriales que él mismo fabricaba para ganarse la vida”.
El martes 25 de marzo de 1930, nuevamente el periódico “La Prensa” anunció el fallecimiento del tristemente célebre juez. “Insomnios, agitaciones y amarguras” habían minado su vida desde 1910.
Al acercarse el fin, hablaba con obsesión de un solo tema: el proceso de Madero. Parecía arrepentido. Pero el destino que juzga sin considerar las pasiones humanas, dio su veredicto. Dos meses antes de su muerte el juez Ortiz perdió el juicio: la locura lo había invadido.
Titular de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Arturo Zaldívar, espero en verdad que no esté ejecutando los dictados de unos cuantos que en absoluto son el grosso de México; entiendo que la ley y el Estado de derecho son inquebrantables pero… lamentablemente han sido reos de intereses ajenos a una real justicia y los jueces solo resuelven a favor de intereses.
Insisto, cuidado, el poder de la historia es mayor que las voluntades mezquinas y a modo.
¿Tú lo crees?… Ya lo creo que sí.