Entrevista -imaginaria- a una mujer que sabe latín

Sus poemas siempre son respuesta a muchas interrogantes que laten en la vida. Por eso, practicar con Rosario Castellanos un diálogo imaginario para celebrar la fecha en que nació (25 de mayo 1925) representa una manera de no olvidarla. Así la entrevisté obteniendo respuestas en los fragmentos de su poesía.

  • ¿Por qué te dedicaste a la literatura?

Escribo porque yo, un día, adolescente,

me incliné ante un espejo y no había nadie.

¿Se da cuenta? El vacío. 

Y junto a mí los otros chorreaban importancia.

No, no es envidia. 

Era algo más grave. Era otra cosa.

¿Comprende usted? 

(“Entrevista de prensa”)

  • Y esa otra cosa provoca transgredir siempre, romper mitos, arriesgarse una y otra vez ¿Esa es la solución?

No, no es la solución

tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi

ni apurar el arsénico de Madame Bovary

ni aguardar en los páramos de Ávila la visita

del ángel con venablo

antes de liarse el manto a la cabeza

y comenzar a actuar. 

Ni concluir las leyes geométricas, contando

las vigas de la celda de castigo

como lo hizo Sor Juana. 

No es la solución

escribir, mientras llegan las visitas,

en la sala de estar de la familia Austen

ni encerrarse en el ático

de alguna residencia de la Nueva Inglaterra

y soñar, con la Biblia de los Dickinson,

debajo de una almohada de soltera. 

Debe haber otro modo… Otro modo de ser humano y libre

(“Meditación en el umbral”)

  • Y cómo intentas ser otro modo de ser… ¿Cómo sobrevives cada día? ¿Cómo es la jornada cotidiana de una poeta?

Yo digo que no sé, sino que sobrevivo a mínimas tragedias cotidianas:
la uña que se rompe, la mancha en el mantel,
el hilo de la media que se va,
el globo que se escapa de las manos de mi hijo.
Contemplo esto y no muero. 

Y no porque sea fuerte
sino porque no entiendo si lo que pasa es grave,
irreversible, significativo,
ni si de un modo misterioso estoy atrapada en la red de los sucesos.

 (“Toma de conciencia”)

  • ¿Pero, te enamoraste? ¿Por qué decidiste casarte con Ricardo Guerra?

Porque éramos amigos y, a ratos, nos amábamos;
quizá para añadir otro interés a los muchos que ya nos obligaban
decidimos jugar juegos de inteligencia.
Pusimos un tablero enfrente de nosotros:
equitativo en piezas, en valores, en posibilidad de movimientos.
Aprendimos las reglas, les juramos respeto y empezó la partida.

 (“Ajedrez”)

  • ¿Te gusta tener amigas?

Amigas… hmmm… a veces, raras veces y en muy pequeñas dosis.
En general, le huyo a los espejos.
Me dirían lo de siempre: que me visto muy mal
y que hago el ridículo cuando pretendo coquetear con alguien. 

(“Autorretrato”)

  • ¿Y tu hijo? 

Como todos los huéspedes mi hijo me estorbaba
ocupando un lugar que era mi lugar,
existiendo a deshora,
haciéndome partir en dos cada bocado.
Fea, enferma, aburrida
lo sentía crecer a mis expensas,
robarle su color a mi sangre, añadir
un peso y un volumen clandestinos
a mi modo de estar sobre la tierra.
Su cuerpo me pidió nacer, cederle el paso,
darle un sitio en el mundo,
la provisión de tiempo necesaria a su historia.
Consentí. Y por la herida en que partió, por esa
hemorragia de su desprendimiento
se fue también lo último que tuve
de soledad, de yo mirando tras de un vidrio.
Quedé abierta, ofrecida
a las visitaciones, al viento, a la presencia. 

(“Se habla de Gabriel)

  • Ay Rosario, a veces te siento tan lejos del gozo, de la alegría, por qué crees que a veces el dolor parece inspirarte más.

Tal vez cuando nací alguien puso en mi cuna

una rama de mirto y se secó.

Tal vez eso fue todo lo que tuve

en la vida, de amor.

Porque después (oh, rostro traicionado

por la memoria, nudo deshecho en el adiós)

nada sino el cilicio de aquella nervadura

me exprimió el corazón. 

(“Canción”)

  • Y reconocer todo esto, te dio fuerza, certezas, luchar contra todo para encontrarte, aceptarte, buscar tu felicidad, pese a todo…

Si te digo que fui feliz, no es cierto.

No creas lo que yo creo cuando me engaño.

El recuerdo embellece lo que toca:

te quita la jaqueca que tuviste,

el sopor de la siesta lo transfigura en éxtasis

y, en cuanto a ese zapato que apretaba

tanto que te impidió bailar el primer baile,

no hubo zapato. Mira: estás descalza, danzas

eternamente ingrávida en el círculo

cerrado de un abrazo.

Danzas sin esa doble barbilla de tu gula,

sin esa arruga artera

que está acechando alrededor de tu ojo. 

(“La nostalgia”)

  • ¿Y cómo te gusta que te recordemos? ¿Cómo una mujer de grandes ideas?

¿Mujer de ideas? No, nunca he tenido una. Jamás repetí otras (por pudor o por fallas nemotécnicas).
¿Mujer de acción? Tampoco. Basta mirara la talla de mis pies y mis manos.
Mujer, pues, de palabra. No, de palabra no. Pero sí de palabras, muchas, contradictorias, ay, insignificantes,
sonido puro, vacuo cernido de arabescos,
juego de salón, chisme, espuma, olvido… 

(“Pasaporte”)

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Usa anteojos de armazón sirena para intentar observar la vida con mayor claridad. Adora las minifaldas y colecciona medias con las figuras llamativas. Aunque valora más sus manos, las mismas que siguen brincando con pasión e ilusión por el teclado de su computadora para compartir lo que piensa, en lo que cree y el mundo en el que le gustaría vivir. Está absolutamente convencida en la utópica posibilidad de convertirse en otro modo de ser humano y libre como dice Rosario Castellanos. Es profesora investigadora en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Desde 2003 vive en la Bella Airosa. Estudió en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, en la UNAM, la licenciatura, la maestría y el doctorado, todo en el campo académico de la comunicación. Periodista desde 1987. Actualmente tiene la columna Bellas y Airosas. Es comentarista del noticiario de Radio Universidad de Hidalgo y colabora en Alas Mujeres. Ha escrito diversos artículos, ensayos y libros