chaneke verde

¿Construirías tu casa junto a un río caudaloso?, ¿la construirías junto a una laguna
llena de cocodrilos? ¿o que tal construirla sobre una caverna llena de agua? Yo creo que no, pero aun así, año con año, vemos noticias de inundaciones que causan enormes daños materiales, cuantiosas pérdidas económicas y centenas de damnificados por la inundaciones en ciudades de nuestro país y del mundo, uno de las más recientes y espectaculares fue la de Florida, donde vimos videos de tiburones nadando por las calles.

Y claro, no faltan los memes mexicanos, donde ponen imágenes de ballenas nadando en avenidas importantes de la CDMX. A propósito de ellos, me permito compartirles un texto, titulado “La venganza de Tláloc”, escrito por Alejandro Rosas, historiador y Julio Patán, periodista y que encontrarás en su libro “México Bizarro”. Ésta recomendación literaria les doy, porque el Chaneke Verde soy.:

“La venganza de Tláloc”

Había una vez un lago que parecía mar y durante trescientos años nos empecinamos, con
todo éxito, en desecarlo. ¿Y todavía preguntan por que se inunda la ciudad?
Para los habitantes de la Ciudad de México son inundaciones, para el Gobierno del Distrito Federal.

Sólo encharcamientos; para el ciudadano común son tormentas, para el Gobierno, “lluvias
atípicas”. Si, lluvias atípicas que se repiten una y otra vez desde hace años, que comienzan a partir de mayo y pueden extenderse hasta el invierno. Aún sin cambio climático, calentamiento global y todas las argumentaciones ambientalistas, las aguas buscan su espacio natural en el Valle de México y con Tláloc juegan de local. Es un hecho, el Dios de la lluvia no da tregua a la noble Ciudad de México, por que busca reivindicar lo que le pertenecía; así que aguaceros, granizo, inundaciones y desbordamientos son fenómenos de lo más natural que puede ocurrirle a la capital.

El refrán “llueve sobre mojado” es una sentencia, no una profecía. Y si la Ciudad de México
es la única metrópoli en el mundo en la cual es posible que se inunde el segundo piso de su
periférico, ¡Si, el segundo piso!, quiere decir que no hay redención posible para la capital del país.

México está condenado a vivir entre aguas, porque resulta que alguna vez en el valle hubo un lago
tan extenso, que según los cronistas del siglo XVI, “parecía un mar”. Los aztecas eran nautas; si
atendemos a la tradición histórica, Aztlán, de donde salió una peregrinación de tribus en el siglo
XII, era una isla, y, por consiguiente, hasta que no encontraron otra isla –donde fundaron
Tenochtitlan—no estuvieron contentos, lo cual ocurrió hasta el siglo XIV, en 1325, para ser
exactos.

Los aztecas aprendieron a convivir con las aguas y construyeron una ciudad como las europeas que se habían desarrollado entre ríos caudalosos. Con un sentido claro de la ingeniería hidráulica trazaron calles de tierra y agua; diques para nivelar las aguas del lago, con puertas, puentes, una albarrada –la de Nezahualcóyotl—para evitar las inundaciones, y así se fue levantando la capital
imperial.

Tenochtitlan nunca se inundó por cuestiones naturales, pero gracias a la intervención humana, sí.

No faltó el gobernante que, en su infinita soberbia, creyó que se las sabía todas y en un momento inundó la cuidad. Un buen día, Ahuizotl, el octavo tlatoani (1486 a 1502), se levantó con ganas de molestar y le pidió al señor de Coyoacán que le mandara más aguas de las fuentes del sur. En señor de Coyoacán le advirtió del riesgo: era posible que la capital azteca se inundara.

Ahuizotl meditó unos momentos, y entonces ordenó que ejecutaran al señor de Coyoacán y que le abrieran al agua. En unas horas, la ciudad se inundó; el tlatoani intento salir de su palacio, se golpeó la cabeza y entregó el alma a sus dioses.

Consumada la conquista (1521), por razones políticas, Cortés fundó la nueva Ciudad de México, en el mismo islote donde alcanzó su grandeza Tenochtitlan: si no la fundaba ahí, en poco tiempo se convertiría en un símbolo de resistencia.

Así que, en 1521, los españoles le declararon la guerra al lago y desde principios del siglo XVI comenzaron la obra pública más grande y que más tiempo ha llevado en toda la historia de este país: el desagüe del Valle de México. La obra rebasó dinastías, virreyes, presidentes, formas de gobierno, y finalmente la concluyo el gobierno de Porfirio Diaz.
Como era previsible durante tres siglos, los mexicanos se la pasaron de inundación en inundación –la peor fue la de 1629, que mantuvo a la Ciudad de México bajo las aguas durante 3 años–. Fue un problema tan recurrente que no pocas veces las autoridades pensaron refundar la capital novohispana, en alguno de los pueblos de tierra firme.

Cuando el lago ya era una laguna en pleno siglo XX, la corrupción propia del sistema político dio el tiro de gracia a las aguas del Valle de México. La ciudad creció sin orden ni concierto; nunca hubo una planeación urbanística que contemplara lo que quedaba del lago y los varios ríos que cruzaban la ciudad en los cuatro puntos cardinales.

Las autoridades permitieron asentamientos irregulares a cambio de apoyo de organizaciones sociales; compraron líderes y voluntades y así se crearon colonias donde alguna vez hubo un lago, como Valle de Chalco o Ciudad Nezahualcóyotl. Además, les pareció más adecuado convertir los ríos en avenidas, así que los desecó, los entubó o los cubrió de asfalto. De pronto, los ríos de La Piedad, Churubusco, San Joaquín, Consulado, Mixcoac, entre muchos otros, fueron entubados para trazar vías rápidas que lo fueron nada más el día de su inauguración; otros ríos fueron utilizados para desechar las aguas negras.
Lo increíble de ésta triste historia es que la gente, año con año, sigue quejándose de las lluvias y de las inundaciones como si fueran una novedad; el Gobierno sigue diciendo que son lluvias atípicas y que se trata de desazolvar el drenaje –aunque es un hecho que hay una responsabilidad compartida entre la sociedad y autoridad, porque la gente está acostumbrada a tirar basura a diestra y siniestra-

Lo único que les queda a los capitalinos es darse una vuelta para remar en el Lago de Chapultepec, o bien, rentar una trajinera y recorrer los canales de Xochimilco, que por cierto, también están en peligro. Mientras tanto, el Dios de la lluvia llora sobre México.

Ejemplos como éste hay en todo el país, Tampico fue edificada entre canales y lagunas costeras que albergan cocodrilos que, de vez en cuando, se desayunan a algún lugareño que, pese a los letreros que avisan sobre la presencia de los reptiles en la zona, se acercan de más; pero, en lugar de dejar en paz la laguna del carpintero, han construido un centro de convenciones y una monumental rueda de la fortuna para atraer al turismo, dándole en la torre al manglar circundante a pesar de las inconformidades de diversos grupos ambientalistas a lo largo de las últimas décadas.

Cancún y Puerto Vallarta, también albergan cocodrilos, que de vez en cuando puedes ver si te asomas a los ríos que están debajo de los puentes viales o bien junto a las avenidas.

Monterrey tiene al río Santa Catalina que año con año se desborda. El año pasado se desbordó el río Tula, dejando inundada la ciudad, después comenzó el rumor de que “Tula no se inundó, la inundaron”; lo cual no es tan absurdo como suena, ya que si hay una presa cercana, que, no fue desahogada a tiempo. En fin, eso forma parte de los expedientes secretos de Fayad, a los cuales ya se les dio carpetazo, así como borraron de las redes sociales el video de cuando se cayó de la lancha en su visita de reconocimiento, ¿alcanzaron a verlo?, yo sí, me acuerdo y me río, jajaja.

Volviendo al punto, los nuevos y lujosos conjuntos residenciales que se están construyendo sobre la “La ruta de los manglares” en Yucatán correrán la misma suerte, o peor aún, agotarán o contaminarán los mantos acuíferos. Igualmente, el Gobierno lo ha permitido en aras del progreso y desarrollo local ignorando las recomendaciones de protección civil, el ejército y los grupos ambientalistas.

Pero, ¿a quién se le ocurre?… si bien dice el refrán “Quien no conoce la historia, está condenado a repetirla” O sea a volverla a regar… En fin, humanos. Pero bien lo decía Wilberg: “Los pen… nunca se acaban”. La próxima semana te cuento quien era Wilberg.

Artículo anteriorUn día tranquilo
Artículo siguienteDetiene la justicia británica referéndum de independencia
Mi nombre real es Ángel Ignacio Cano Rodríguez, soy médico. Fuera de “Mi trabajo de la vida real”, como yo lo llamo, tengo una pasión, me gusta escribir sobre temas de ecología, escribo cuentos, guiones, columnas de opinión y versos, sin ser más que un amante de la naturaleza, con la única intención de crear una consciencia ambiental en quienes me lean. Y ya que no soy una figura famosa ni un político importante, elijo permanecer en el anonimato, por eso utilizo un personaje ficticio en vez de publicar mi fotografía. Chaneke Verde.chanekeverdepachuca@gmail.com