“La soledad prolongada puede volverse un factor de riesgo para la salud mental…”
Por: Kathya Moreno
La soledad es una experiencia universal. Todos, en algún momento de la vida, hemos sentido ese vacío que no depende de la cantidad de personas a nuestro alrededor, sino de la calidad de los vínculos que cultivamos. Como psicóloga, suelo escuchar en consulta que la soledad “pesa”, que se siente como un silencio incómodo, o incluso como un nudo en el pecho. Y, sin embargo, lejos de ser únicamente un enemigo, la soledad también puede convertirse en una maestra.
Lo primero que recomiendo es reconocer y validar lo que se siente. No sirve de nada minimizar o reprimir la emoción. Decirnos a nosotros mismos: “sí, hoy me siento solo”, es un acto de honestidad que abre la puerta al cuidado personal.
En segundo lugar, es importante diferenciar entre estar solo y sentirse solo. Estar solo puede ser una oportunidad de encuentro con uno mismo: leer, escribir, caminar, meditar o simplemente descansar. Sentirse solo, en cambio, habla de una desconexión emocional que invita a tender puentes con los demás. Ahí surge la necesidad de buscar contacto, no desde la desesperación, sino desde el deseo genuino de compartir.
¿Qué hacer entonces? Tres pasos prácticos pueden ayudar:
1. Cultivar el vínculo con uno mismo: dedicar tiempo a actividades que nos den placer y nos recuerden quiénes somos.
2. Cuidar las relaciones existentes: a veces basta con escribir un mensaje, hacer una llamada o proponer un encuentro para revitalizar un lazo que parecía dormido.
3. Abrirse a lo nuevo: unirse a grupos, talleres, proyectos comunitarios o actividades voluntarias puede ser una vía poderosa para conocer personas con intereses similares.
Por último, hay que recordar que la soledad prolongada puede volverse un factor de riesgo para la salud mental. Si se convierte en una sensación constante de vacío o desconexión, buscar apoyo psicológico no es un signo de debilidad, sino de valentía y responsabilidad.
La soledad no siempre es ausencia: a veces es un aviso, una oportunidad de replantear la forma en que nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás. Escucharla, en lugar de huir de ella, puede transformarse en el inicio de un camino hacia la autenticidad y la conexión verdadera.
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