Nació un 17 de enero del año 1922, ya son noventa y nueve años, sí tal cual y cumplirlos no es fácil se requiere de buena salud, buena fortuna como lo menciono Nicolás Maquiavelo en su libro “El Príncipe” o de un pacto con el diablo.
Sin embargo entre familiares y amigos, bueno los que quedan vivos, el ex presidente Luis Echeverría Álvarez goza de buena salud o al menos eso es lo que comentan sus más cercanos amigos o los morbosos que esperan el acontecimiento del deceso del ex presidente.
Sin embargo apareció, tal como se materializan esos recuerdos del pasado que salen a flote cuando se creían totalmente olvidados y oh sorpresa siguen vigentes. Se le miró justamente esperando su turno para recibir la segunda dosis de la vacuna de AstraZeneca en el Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria; ¿qué habrá pensado acerca de aquellos años cuando acudió a Ciudad Universitaria para charlar con los estudiantes cuando era presidente de México?, cuándo en 1968 con antorcha en mano Enriqueta Basilio “queta” encendía el pebetero en el mismo lugar en el que ahora buscaba una vacuna para seguir sobreviviendo.
Sin dilación acudió en silla de ruedas, con cubre bocas, lentes protectores y un sombrero, atrás quedaron las guayaberas y los trajes, la petulancia y altanería que ahora se transformaban en humildad, sí humildad que solo los años hacen que se aprenda a fuerza, no cabe duda aquella frase popular: “Dios perdona, el tiempo no”.
El sexenio de Luis Echeverría se caracterizó por tener aires populistas, Echeverría trató de quedar bien con todos los mexicanos y al final su gobierno solo desato inflación con una economía tambaleante al lado de un crecimiento paupérrimo que encamino hacia una miseria descomunal. Sin embargo desde un principio, Echeverría enarboló como modelo a Lázaro Cárdenas y a los héroes patrios que resucitaron del panteón de la patria para ocupar un lugar preponderante durante todo el sexenio, Zapata amigo y defensor de los pobres era un icono enarbolado constantemente, incluso fue llevada su imagen a la China comunista de Mao-Tsé-Tung como modelo revolucionario, se le dio asilo a Salvador Allende después de su derrocamiento en Chile, se recordaron los cien años de la muerte de Benito Juárez declarando 1972 el año del benemérito, José María Morelos al igual que Miguel Hidalgo eran nombres de referencia para comparar los logros del gobierno que velaba por una patria que llegaría “Arriba y adelante”.
El acercamiento presidencial por la mexicanidad y por mitigar la nostalgia de los tiempos en que estuvieron de moda tanto la ropa, las artesanías indígenas y todo «lo mexicano» incluso se dispuso que en las comidas y celebraciones presidenciales en lugar de dar licores «extranjerizantes» se sirvieran aguas de chía, de horchata o de Jamaica, y en “Los Pinos” –residencia oficial de los presidentes de México hasta que llegó Andrés Manuel López Obrador- se colocaron muebles mexicanos y equipales para los invitados.
La esposa del presidente, María Esther Zuno, aparecía en las recepciones de gala ataviada con trajes de tehuana logrando hacer énfasis de un “mexicanismo” que rayaba en lo absurdo.
Eran los años 70´s en los que el pueblo de México no recordaba a Frida Kahlo que se caracterizaba por este vistoso atuendo, sino a las meseras de los restaurantes Sanborns, que solían vestir trajes autóctonos y que, a partir de ese momento se les conoció como «las esthercitas» aludiendo a la primera dama, que por cierto le gustaba que le dijeran, al estilo revolucionario, «compañera Esther», y ella, a su vez, llamaba a su esposo y presidente por el apellido, «Echeverría».
El presidente Echeverría, por su parte, para que viesen que sus simpatías se hallaban con el pueblo campesino, a la menor provocación se ponía guayaberas, las cuales, como era de esperar , rápidamente se impusieron entre los funcionarios, ya que éstos, con tal de complacer al gran jefe, no habrían dudado incluso hasta en ponerse pañales sí el presidente los utilizara.
Al presidente le gustaba tener mucho público y con frecuencia citaba, desde temprano en la mañana, a equipos numerosos de funcionarios de varias dependencias, y los «acuerdos colectivos» duraban hasta la madrugada a menudo llamaba a colaboradores a altas horas de la madrugada; que llegaban con la piyama bajo el traje y con lagañas en los ojos.
Ante los grupos que reunía proclamaba sus grandes planes: un renacimiento económico, agrario, obrero, cívico y cultural; crearía parques industriales, daría el poder a los obreros y todas las facilidades a los jóvenes; además, apoyaría a la provincia y al campo con políticas de descentralización, estímulos fiscales y crediticios, para que los campesinos pudieran formar sus propios fideicomisos y explotar su propia riqueza.
Ahora sólo quedan los recuerdos, solo eso, las glorias del pasado, el vendaval del tiempo no discrimina.
¿Tú lo crees?… Sí yo también.


































































