Cuando la presidenta Claudia Sheinbaum, la primera mujer como sabemos que
encabeza el poder Ejecutivo mexicano, festeja en grande el éxito total de la
jornada comicial para definir un nuevo poder judicial en México, como lo hizo
apenas en las primeras horas del lunes 2 de junio, hay que admitir que tiene toda la razón. “Haiga sido como haiga sido”, el poder judicial de este país se pinta ahora de guinda. ¿Qué razón tendría Morena para dar por fracasada la elección dominical?
Esto, especialmente de cara a quienes juzgan, exponen y argumentan que la
histórica e inédita jornada electoral del uno de junio resultó un rotundo fracaso.
Digo esto porque es clave interpretar de manera correcta lo que sucedió para
saber qué hacer. Vamos por partes.
No son pocos los comentócratas o analistas que adversan o difieren del régimen
instaurado en México tras la llegada al poder ejecutivo de Andrés Manuel López
Obrador en el 2018, y que señalan que la elección del poder judicial fue el último
clavo al ataúd que guarda ya a la democracia mexicana, una incipiente sin duda y
que fue incapaz, también debido a la pésima calidad de la clase política antes en
el poder y ahora desplazada a la oposición, de seducir a la inmensa mayoría de
mexicanos, hoy obnubilados por un movimiento político denominado cuatroté y el
padre de éste, Andrés Manuel López Obrador.
Han señalado además que el proceso que inició con la iniciativa de López
Obrador, anunciada con un ramillete de 20 reformas constitucionales en febrero de
2024, nació viciado de origen debido a que supuso al menos la colonización del
Instituto Nacional Electoral y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la
Federación, el cual tras las elecciones del 2024 otorgó una sobrerrepresentación
al poder legislativo federal no avalado en las urnas, lo que ha permitido a Morena
y sus aliados hacer todo aquello que no habría podido consumar sin esa mayoría
legislativa, considerada espuria.
Añaden los críticos o adversarios de la cuatroté que se negoció con legisladores
opositores o absolutamente impresentables para avanzar la reforma electoral
constitucional gracias a la mayoría calificada. Recuérdense el apellido Yunes, a la
senadora Araceli Saucedo y al senador José Sabino, éstos dos últimos dejaron las
filas del PRD y se incorporaron a Morena.
De igual forma, muchos analistas anticiparon y alertaron con ello que la elección
del poder judicial en México sólo sería el último empellón para sumergir al país en una dictadura constitucional tras el quebrantamiento de la división de poderes
públicos del país, que quedarían tras la votación de junio prácticamente anulados.
También hicieron ver que el propósito esencial de esta reforma sería que Morena
se erigiera en un poder absoluto, autoritario, sin pesos ni contrapesos en el
ejercicio público. Esto gracias al férreo control que ya ejerce del poder legislativo
federal y en una mayoría de los estados, donde también tiene la titularidad de los
ejecutivos locales.
Otro argumento fue que la reforma echaría por la borda todos los esfuerzos
hechos en México para construir un genuino estado de derecho, que diera certeza
jurídica a personas y empresas, y se sustentara en el respeto de los derechos
humanos, aun y esto se trate en cualquier escenario de una tarea inacabada, pero
que muchos ven ahora mucho más cuesta arriba.
A los señalamientos críticos también se sumaron otros relacionados con las
candidaturas de personas sin carrera judicial alguna, y el papel indebido y aun
excesivo de la 4T y sus liderazgos para hacerse de la elección, al margen incluso
del respeto al INE, el presunto principal árbitro comicial, al que además se le
regatearon los recursos financieros necesarios para garantizar una jornada pulcra,
o al menos aceptable por su confiabilidad.
Los críticos de estos comicios, inéditos por lo demás en México y en
prácticamente todo el mundo, hicieron ver de manera insistente en los riesgos de
la penetración del crimen organizado. Como sabemos, los contendientes quedaron
sujetos a topes de financiamiento electoral y de índole personal.
También se advirtió que la elección judicial tuvo como origen un capricho
presidencial antes que la exigencia de los ciudadanos, si bien es cierto que una
inmensa mayoría de los mexicanos ha estado en desacuerdo con la forma como
se imparte y administra la justicia en el país, un fenómeno que nutrió la narrativa
del oficialismo para impulsar esta reforma.
Los adversarios también argumentaron la complejidad de la elección misma, una
que sería de forma escalonada. Así, a nivel federal, el domingo solo se eligieron
386 jueces y la mitad de los magistrados de circuito (464).
La Suprema Corte sí se renovó por completo para tener ahora nueve integrantes
en lugar de los once anteriores.
Los mexicanos que votaron lo hicieron además por dos magistrados de la Sala
Superior del Tribunal Electoral, la cual tiene otros cuatro miembros y por las 15
magistraturas de las salas regionales de este tribunal. Además, fueron votados los
cinco magistrados del Tribunal de Disciplina Judicial, el nuevo organismo que
controlará el desempeño de jueces, magistrados y ministros.
En 19 de los 32 estados del país, se eligieron jueces locales (casi 1.700), además
de celebrarse elecciones a alcaldías y otros cargos, que si concitaron la participación electoral. Así hubo ciudadanos que tuvieron que llenar hasta 13
boletas electorales.
Más todos estos argumentos y otros más, poco o de nada sirvieron para abrir las
urnas el domingo uno de junio a una copiosa participación. ¿Importaba?
Pocas horas después la presidenta, que mantuvo un papel protagónico en la tarea
de convocar a votar, festejó “el éxito total” de la jornada, aun cuando ésta tuvo una
participación mínima y aún por debajo de lo esperado para un día histórico.
Sheinbaum no dudó en calificar la jornada de “impresionante, maravillosa y
democrática”, así sólo hayan votado entre 12 y 13 millones de mexicanos, de un
universo facultado para hacerlo de casi cien millones.
De nueva cuenta, no pocos analistas coincidieron en señalar que Sheinbaum
tendrá que hacer una lectura interna de lo ocurrido, considerado un total fracaso,
un no rotundo de la mayoría de los electores mexicanos, a quienes se les engloba
con frecuencia en el concepto de “pueblo sabio y bueno”.
¿Quién tiene razón? Me parece esta vez que Sheinbaum. Después de todo, poco
o nada importa la escuálida votación de los mexicanos, muchos de ellos
obligados, presionados o mandatados, tampoco importa que muchos ni siquiera
hayan entendido el proceso ni la trascendencia de su sufragio en esa jornada, y
mucho menos que si no todos, un abrumadora mayoría de los candidatos que
resulten elegidos una vez que se confirmen los resultados, sean afines, proclives y
simpatizantes del movimiento político convertido en el poder más duro que registre
México a la fecha, si acaso sólo comparable con aquel que ejerció el PRI durante
décadas. La cuatroté ya tiene en sus manos el poder que le faltaba. Pronto
comenzaremos a ver qué hacen con él y qué pasa en la vida de más de cien
millones de mexicanos, entre ellos aquellos que no acudieron a las urnas.
Sheinbaum tiene razón, la elección fue todo un éxito.
@RoCienfuegos1