“La forma en que hablamos del suicidio importa. Comentarios morales o eufemismos que esconden la gravedad perpetúan el silencio. En septiembre, y todo el año, propongamos un lenguaje que priorice la dignidad de la persona y que invite a buscar ayuda…”
Por: Kathya Moreno.
Septiembre, mes de la prevención del suicidio, nos obliga a mirar sin apartar la vista. No es un tema para titulares sensacionalistas ni para consejos improvisados a la ligera: es una urgencia humana que pide dos cosas a la vez —corazón presente y cabeza con sentido común—. Si te toca estar cerca de alguien que está pensando en quitarse la vida, lo que hagas en las próximas horas y días puede marcar una diferencia real. Aquí algunas ideas —prácticas, respetuosas y humanas— sobre cómo ayudar.
Primero: escucha, sin llenar los silencios.
La respuesta más poderosa no siempre viene en forma de soluciones. Muchas personas que contemplan el suicidio necesitan ser oídas sin juicio. Preguntas sencillas y directas como “¿Me puedes contar qué te pasa?” o “¿Estás pensando en hacerte daño?” abren la puerta; callar o evitar el tema aumenta el aislamiento. Escucha con atención: repite lo que escuchas en tus palabras para mostrar que entiendes (“Me escuchas decir que te sientes…”) y evita minimizar (“no es para tanto”) o comparar (“otras personas tienen peores problemas”).
Segundo: toma en serio cualquier aviso.
Si alguien habla de suicidio, incluso de forma ambigua, ponlo en serio. Frases como “olvídalo” o “no digas tonterías” pueden alambrar la soledad. Pregunta por el plan y los medios: si existe un plan concreto o acceso a métodos, la situación es de máximo riesgo y requiere intervención inmediata.
Tercero: actúa con claridad cuando el riesgo es inminente.
Si crees que la persona puede hacerse daño pronto, no la dejes sola. Busca ayuda profesional y servicios de emergencia de inmediato —marca el número de emergencias de tu país (en México, 911) o acompáñala a un servicio de urgencias. Retira o limita el acceso a objetos que puedan utilizarse para hacerse daño (medicamentos no asegurados, armas, objetos contundentes). No prometas secretos si hay peligro real; explicar que vas a buscar ayuda es protegerla.
Cuarto: cómo hablar para ayudar, no para dirigir.
Evita sermones, lecturas morales o minimizaciones. En su lugar, intenta frases que validen y apoyen: “Siento que estés pasando por esto, gracias por confiar en mí”, “No tienes que resolverlo ahora, quiero acompañarte y encontrar ayuda juntos”, “¿Quieres que hablemos con alguien profesional ahora mismo?” Ofrece opciones concretas —“¿Quieres que te acompañe a la clínica?” o “¿Hablamos con tu médico o con una línea de apoyo ahora?”— en vez de dejar la iniciativa sólo en la persona en crisis.
Quinto: conecta con ayuda profesional.
La contención humana es vital, pero no sustituye la atención clínica. Busca servicios de salud mental: psicólogos, psiquiatras, unidades de urgencias y líneas de apoyo locales. Si no sabes por dónde empezar, acude a los servicios de salud pública, hospitales o centros comunitarios. En muchos lugares existen líneas telefónicas o chat de emergencia; infórmate de los recursos locales y compártelos.
Sexto: cuida a quien ayuda.
Acompañar a una persona en crisis desgasta. No te expongas más allá de tus límites: busca supervisión profesional, habla con amigos o familiares de confianza, haz pausas y atiende tu propio sueño y alimentación. Pedir ayuda es también un acto de responsabilidad.
Séptimo: prevención comunitaria durante septiembre.
Septiembre es una oportunidad para transformar palabras en acciones. Algunas iniciativas con impacto real:
Promover espacios de escucha en escuelas, centros de trabajo y comunidades.
Ofrecer y difundir capacitación en prevención del suicidio y en primeros auxilios psicológicos.
Difundir mensajes de esperanza y recursos concretos, evitando detalles sobre métodos o glamour del acto (la cobertura responsable salva vidas).
Fomentar redes de apoyo vecinales y el contacto regular con personas vulnerables (mayores, jóvenes en aislamiento, personas con historial de depresión o abuso).
Un llamado a cambiar el tono: menos estigma, más humanidad.
La forma en que hablamos del suicidio importa. Comentarios morales o eufemismos que esconden la gravedad perpetúan el silencio. En septiembre, y todo el año, propongamos un lenguaje que priorice la dignidad de la persona y que invite a buscar ayuda: “está en crisis” en lugar de “es problemático”, “busquemos apoyo” en vez de “se vale llorar pero”. Pequeños cambios en nuestras palabras hacen que pedir ayuda sea menos aterrador.
Finalmente: la esperanza no es ingenuidad, es acción.
La mayoría de las personas que sobreviven a una crisis suicida más tarde reconocen que algo —una llamada, una compañía, una cita con un profesional— les devolvió un respiro. Si tienes dudas sobre cómo hablar o actuar, empieza por estar: llama, acompaña, pregunta y mueve hacia ayuda profesional. Y si tú mismo te ves en esta situación, acércate a alguien ahora: no estás obligado a resolverlo solo.
Septiembre nos recuerda que prevenir el suicidio es una tarea colectiva: exige atención, recursos, entrenamiento y, sobre todo, disposición a estar presentes en la oscuridad cuando alguien nos busque. Si estás leyendo esto y te preocupa alguien —o te preocupa tu propia voz interior— da el primer paso hoy. No esperes a que “pase” solo: la acción, por pequeña que sea, puede salvar una vida.
Construyamos juntos la mejor versión de ti.
@proyecto_be



































































