“Por sus frutos los conoceréis” reza aquella frase de Mateo en el nuevo testamento, lejos de ser cierto que lo haya escrito Mateo lo que no deja duda es que sea reveladora esta cita y sobre todo contemporánea.
Las elecciones gubernamentales en nuestro país son prueba fehaciente de la necesidad de recordar que hemos sido testigos de corrupción y caciquismo desenfrenado desde hace décadas lo cual ha producido un gran cisma político, democrático, social; cultural, económico, etc.…
Una de las razones por las que en años recientes la figura del gobernador ha parecido tan autócrata, corrupta y, por ende, tan despreciada es la existencia de una cultura política arraigada a nivel estatal, según la cual muchos gobernadores se consideran autorizados a ejercer un poder absoluto y a incurrir en abusos de derechos civiles, violencia represora, gasto excesivo, falta de transparencia cooptación de la prensa, desvió de fondos, nepotismo, machismo desenfrenado, impunidad y falta de empatía frente a las necesidades y el sufrimiento del pueblo.
La cultura histórica del cacicazgo se puede resumir con unas famosas citas del historiador Ugo Pipitone: “Como se dice en México, en algún momento, la Revolución me hará justicia. Es decir, me pondrá en alguna posición institucional desde la cual pueda enriquecerme”. Puesto de otra manera, como expresa un dicho ya común por los años treinta: “No pido que me den, sino que me pongan donde hay”.
Otra frase es la esgrimida por el caciquil Gonzalo N. Santos, gobernador potosino que se convirtió en una referencia de lo que es un Estado caciquil decadente. Al meditar sobre el significado de “la moral”, escribió: “La moral es un árbol que da moras o vale para pura chingada”
Al menos a partir de la Revolución se notó en la conducta de muchos gobernadores —la mayoría de ellos generales— una tendencia autoenriquecedora y autócrata.
Estos militares francamente creyeron, primero, que tenían derecho a aprovecharse del erario y de sociedades encubiertas con empresarios, porque tales cosas eran recompensa justa por los sacrificios que habían hecho durante la guerra; y segundo, que, en un ámbito de continua rebelión, bandolerismo y pistolerismo, la mano dura era la única manera de gobernar.
A partir de fundarse el partido hegemónico del siglo pasado se comenzó a apretar las riendas sobre los gobernadores que ahora ya no podían hacer de las suyas si eso causaba un descontento masivo o avergonzaba al gobierno federal. En seis años había límites.
Plutarco Elías Calles tan sólo destituyó a 21 gobernadores, aunque no apretó las riendas a todos con la misma consistencia. Aun después de 1940, se seguía tolerando un grado de comportamiento autócrata y corrupto. Sin embargo, el umbral fue menor, por lo que en 1944 hubo toda una secuencia de gobernadores que —bajo presión presidencial— “pidieron licencia indefinida” y dejaron sus puestos. Muchas destituciones surgieron de lo que Rogelio Hernández Rodríguez eufemísticamente ha llamado “excesos locales”, a menudo un uso excesivo de violencia represora sobre huelgas o protestas.
Pero este modelo de presión presidencial se empezó a desmoronar bajo Ernesto Zedillo, quien fracasó en su intento de quitar a Roberto Madrazo, gobernador de Tabasco (1995-1999), tras revelarse que había hecho un gasto excesivo en campaña, de 60 veces superior al límite establecido por el Instituto Federal Electoral.
Desde 1997, ningún partido ha gozado de una mayoría absoluta en la Cámara, al menos hasta ahora con el partido de izquierda que se esta consolidando como hegemónico. Cada presidente ha tenido que tratar con políticos de la oposición para poder legislar. Esta dependencia ha dado otro grado de inmunidad a los gobernadores, ya que un presidente que busca colaboración legislativa de diputados opositores será renuente a utilizar la Procuraduría General de la República o la presión de Televisa para obligarlos a renunciar o someterse al ejecutivo.
Partidos de oposición han protegido a gobernadores corruptos o abusivos de su propio partido, ya que éstos conservan varias palancas indispensables para influir en los procesos electorales federales en sus estados.
Queda mucho por hacer hasta desintegrarse la figura caciquil en una gubernatura, por ello gane quien sea en estos comicios electorales es importante que la ciudadanía se concientice para que esta figura vuelva a convertirse en un funcionario que sirve al pueblo más no al revés.
Mantengámonos atentos y alertas que aun hay mucho por cambiar en México. ¿Tú lo crees?… Yo también.


































































