*AEROMÉXICO SE* prepara para regresar a los mercados bursátiles, tanto en la Bolsa Mexicana de Valores como en la de Nueva York, con una oferta pública inicial que busca captar hasta 314 millones de dólares.
Tras haber superado un complejo proceso de bancarrota y con el respaldo de Apollo Global Management, la aerolínea planea colocar 73.94 millones de acciones ordinarias en forma de ADRs en Estados Unidos, mientras que en México se emitirán nuevos títulos y parte de los actuales accionistas reducirán su participación.
Este movimiento podría elevar la valuación de la empresa a más de 2,900 millones de dólares en el rango alto de la operación.
Más allá del entusiasmo financiero, este regreso llega en un contexto delicado: Estados Unidos analiza la continuidad de la alianza entre Delta y Aeroméxico, una sociedad estratégica que ha sido clave para el crecimiento de ambas aerolíneas y beneficios para los usuarios.
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*EN MÁS* de Aeroméxico, le cuento que la aerolínea estrenó una nueva bahía de check-in exclusiva para pasajeros SkyPriority y Premier One en la Terminal 2 del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, y con ello eleva el estándar de la experiencia previa al vuelo. Este espacio, diseñado para brindar mayor privacidad, confort y eficiencia, cuenta con mostradores individuales, kioscos digitales, iluminación y acústica mejoradas, señalización moderna y una zona de espera con servicio de café y amenities. Un verdadero oasis en medio de la efervescencia habitual del AICM.
La inauguración marca el arranque de una remodelación integral que abarcará todas las bahías de la terminal hacia 2026, en preparación para el Mundial de Fútbol. Para los viajeros que tengan acceso por estatus o tarifa, la recomendación es clara: llegar con tiempo y disfrutar. Al anticipar tu llegada —dos horas para vuelos nacionales, tres para internacionales— podrás hacer el check-in sin prisas, relajarte en un entorno más cómodo y evitar las largas filas de las zonas tradicionales.
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*EL RECIENTE* fallo del Tribunal de Justicia de la Unión Europea sobre el caso de Mona —una perra que la aerolínea Iberia perdió en 2019 antes de abordar un vuelo— reabrió un debate incómodo: para la industria aérea y la legislación internacional, las mascotas no son seres que viajan, sino “equipaje”. La familia recibió menos de mil 600 euros de indemnización, en línea con lo que dicta el Convenio de Montreal, que regula la responsabilidad de las aerolíneas.
Este enfoque legal reduce a un ser vivo a la misma categoría que una maleta extraviada. No importa el vínculo afectivo, el sufrimiento ni la negligencia potencial: el cálculo es frío y tarifado. Resulta paradójico que, mientras las aerolíneas presumen servicios “pet friendly” y cabinas adaptadas, la normativa siga tratándolos como bultos con patas.
La resolución sienta un precedente claro: en el sistema aéreo global, solo las personas tienen estatus de pasajero. Todo lo demás —incluidas las mascotas— queda sujeto a las reglas de la carga. Y ahí radica el problema: se privilegia la eficiencia del transporte sobre el reconocimiento del valor emocional y ético que millones de viajeros otorgan a sus animales.
Este caso también evidencia que la responsabilidad no recae únicamente en las aerolíneas. Los dueños de mascotas deben ser conscientes de los riesgos de trasladarlas por avión y tomar precauciones adicionales: elegir transportadoras adecuadas, documentar correctamente la reserva y verificar protocolos de seguridad.
Sin embargo, esto no exime a las aerolíneas de su deber de cuidado, ya que perder un animal bajo su custodia revela fallas operativas y una falta de empatía que el marco legal actual aún no logra subsanar.
La solución requiere un equilibrio en donde se subrayen normas más estrictas para el transporte seguro y un compromiso real de las aerolíneas, junto con responsabilidad activa de los pasajeros.
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*EUROPA ES* víctima de su propio éxito turístico. Florencia, Roma, Ámsterdam, París, Colonia y otras joyas del viejo continente se encuentran en un punto de saturación que ya afecta tanto a visitantes como a residentes.
Las calles están desbordadas, los servicios colapsan y la experiencia de viaje se deteriora a pasos agigantados.
Para los habitantes, la convivencia diaria con hordas de turistas se vuelve una carga; para los visitantes, el mal trato en restaurantes y hoteles —resultado directo de la demanda excesiva— termina por empañar el encanto europeo.
Algunas ciudades han empezado a reaccionar. Venecia, por ejemplo, impuso una cuota de ingreso durante las vacaciones y limitó a 25 personas los grupos guiados; si un guía incumple, enfrenta multas de hasta 3 mil euros. Aun así, las medidas parecen más paliativas que estratégicas.
El Vaticano, en pleno Año Jubilar, recibe multitudes de peregrinos y turistas sin ampliar horarios en la Basílica de San Pedro, generando largas filas incluso para quienes pagan accesos “rápidos”.
Europa se enfrenta a un dilema: mantener el turismo masivo sin medidas efectivas terminará por desgastar su atractivo, empujar a los viajeros hacia otros destinos más accesibles y poner en riesgo la economía local.
Si el viejo continente no redefine la experiencia turística, el precio lo pagarán quienes lo habitan y quienes lo visitan, y la “mágica” Europa que todos buscamos conocer podría perder su esencia.
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@AlejandraBernal
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