Los dogmas de la 4T, un revisionismo de Estado

Todas las estatuas son símbolos y todos los símbolos, con mayor o menor intensidad, plantean preguntas, debates en torno a la identidad o disputas políticas.

Al oriente de la gran megalópolis de nuestra capital nacional, una ancha y larga avenida con puentes vehiculares colgantes es quizá más una referencia geográfica que un punto cultural de la zona. Y es que comúnmente se utiliza para indicar la salida a Puebla desde la Ciudad de México. En el quinto puente, para ser exactos en la delegación Iztapalapa, al oriente de la CDMX se vislumbra un inmenso busto, en abandono y deteriorado, conocido como “Cabeza de Juárez”. 

Se construyó en los años setenta del siglo XX y los intelectuales y críticos de arte lo han considerado un adefesio, Carlos Monsiváis, lo catalogó como: “un guillotinado por excelencia, horrible y terrible”. Y no, no se equivocó realmente es un monumento grotesco que representa el rostro del “benemérito de las américas” en teoría pero en la práctica  pareciera un extraterrestre, una burla a la imaginación e ingeniería y al buen gusto.

Para celebrar el primer centenario de la muerte de Benito Juárez, el presidente de aquel entonces, Luis Echeverría, mandó construir una obra en 1972. La Cabeza de Juárez se levantó con el objetivo de que en el proceso intervinieran arquitectos, ingenieros, técnicos, obreros y pintores. El proyecto acabó de realizarse en 1976 con algunos murales que constituyen el monumento, en un principio se planeaba que correrían a cargo de David Alfaro Siqueiros, pero debido a su delicado estado de salud, la tarea fue tomada por su cuñado, Luis Arenal.

El ímpetu de buscar afanosamente un “nacionalismo populista” en donde el pueblo mexicano se involucre con la historia oficial que el Estado pretende hacer creer a modo es a todas luces una necesidad de los políticos que han gobernado nuestro país. 

Es evidente que las ansias de Luis Echeverría durante su sexenio por equipararse a un “patriota” que rememoraba a los próceres de la historia para emularse al mismo nivel que ellos y buscar la aceptación del pueblo mexicano fue una constante sexenal. 

Ahora existirá otra “cabeza monumental” en la CDMX una que sustituirá al legendario monumento de Cristóbal Colón que, con una mano dirigida al cielo señalando el horizonte y con otra levantando el velo que oculta el mundo que acaba de descubrir, el monumento a Colón en el Paseo de la Reforma inaugurado en agosto de 1877, tiene un antecedente histórico legendario que nunca más volverá a su lugar original. 

Hecha de bronce y mármol el monumento a  Colón y los cuatro frailes que lo acompañan bajo sus pies: Pedro de Gante que abraza una cruz en señal de evangelización indígena, Bartolomé de las Casas preparándose a escribir en defensa de los indios a quienes siempre protegió, Juan Pérez de Marchena estudiando una carta geográfica y midiendo con un compás la distancia entre España y el nuevo mundo y Diego de Deza hojeando las páginas de la biblia para checar que no exista ningún texto apostata,  así como dos relieves a los costados del pedestal serán justamente lo que representan….historia. 

¿Por qué historia? pues por ser sustituidos por una cabeza femenina llamada Tlalli, un monumento inspirado en las colosales cabezas olmecas y que rendirá homenaje a las mujeres indígenas de nuestro país. Tlalli es una palabra náhuatl que significa literalmente “tierra”, con lo cual también se busca hacer una lectura metafórica de la tierra como madre.

Dos cabezas colosales ahora estarán en CDMX, monumentos que representan el ideario político de Estado, el que busca difundir para ganarse el apoyo y consentimiento de la ciudadanía. Manifestando una y otra vez que el gobierno está unido a las causas nobles y apegadas al pueblo de México. Es el “arte mexicano” en su máxima expresión: un encargo decidido por una gobernante (Claudia Sheinbaum) sin concurso o consulta alguna, favoreciendo a un artista afiliado al régimen. 

El escultor propone reeditar las ideologías indigenistas de mediados del siglo XX: la representación de una indígena imaginaria, que celebrará la eterna suplantación de las sociedades originarias por un Estado que es fiel a su identidad corporativa.

No quiere decir que no pueda hacerse, pero no como una ocurrencia más y sustituirla por otra; con otro estereotipo como el que se pretende. No debería hacerse a la ligera, quitar monumentos y censurar la historia casi nunca es buena idea, recuerda a los Talibán que destruyeron las esculturas budistas del siglo VI por no coincidir con el dogma del nuevo régimen.

¿Tú lo crees?… Sí, yo también.