Resultaba casi imposible creer que aquel hombre obeso, casi calvo, que lucía casi como un anciano fuera Wheeler, ¿pero quién más podría ser? ¿Quién más conocería sus nombres clave y el logo del equipo?¿ por que aparecía hasta ahora después de 30 años de no dar señales de vida?. Eran muchas la preguntas circulando en la cabeza de Linka; quien mantenía su distancia mostrándose renuente y un tanto triste de ver tan demacrado al joven que alguna vez pretendió su amor. No así Yi, quien corrió a abrazarlo.
-¿Wheeler, como has estado?- le dijo, eufórica mientras le bombardeaba con preguntas- ¡Cuanto tiempo ha pasado! , cuéntame, ¿Cómo te ha ido? ¿Qué has hecho? ¿Te casaste?, ¿Tienes hijos? ¿Dónde vives ahora? ¿Recibiste el llamado de Gaia, por eso estas aquí? ¿Trajiste el anillo?…- el interrogatorio hubiera sido interminable, de no ser por la intervención de Linka
– ¡Yi!- le gritó Linka enojada, mientras colocaba su dedo índice derecho frente a su propia boca indicando que debía guardar silencio- contrólate, no debes andar por allí gritando cosas de Gaia y el anillo. Estamos frente a un desconocido, no sabemos si es de confianza.
-Tranquila, sigue en su celular, atendiendo su llamada, ni siquiera se ha dado…- justo en ése momento, el señor Anderson terminó su llamada y les dirigió la palabra.
-¡Bienvenidas señoritas!- las saludo sonriendo, como siempre, ¡vaya que era carismático el hombre!- mi nombre es Philip Anderson, dirijo una compañía constructora, es un placer tenerlas aquí. Perdonen mis modales, no les he ofrecido nada de comer o beber, deben estar exhaustas…
El hombre hablaba demasiado, cosa que le disgustaba a Linka. Quien le analizaba desconfiada y meticulosamente.
-Tranquila linda, se lo que estas pensado. Si. Es de confianza – Le dijo Wheeler, quien había interpretado acertadamente su actitud – Aun conservas esa fiera mirada que me encantaba.
– ¿Cómo sabes que es de confianza?
-… ¿Qué tal el viaje? ¿Cuando llegaron?- continuó el señor Anderson, siempre tan jovial que resultaba desesperante y abrumador- El señor Robinson y yo las hemos estado esperando y buscando toda la semana…
– ¿Señor Robinson, de que se trata todo esto? ¿Porque nos han estado esperando? ¿Que sabe éste hombre?- dijo linka al tiempo que cerraba el puño derecho, donde llevaba el anillo del viento, cubriéndolo con la mano izquierda en actitud desafiante y retadora. Su desconfianza comenzaba a transformarse en ira, se notaba por su actitud.
La misma actitud fiera que muestra un peleador que quisiera no solo en vencer, sino aniquilar a su rival. Algo muy característico de ella, que por lo regular iba acompañado de arranque de furia y fuerza eólica descontroladas que acababan en un desastre, sus compañeros la conocían demasiado bien, sabían que algo malo pasaría.
-Linka, amiga, tranquila- intervino Yi.
– ¡Mi hijo tiene el anillo del corazón!- dijo apresuramente el señor Anderson, en cuanto notó lo rápido que se habían calentado los ánimos. Se notaba que ésa rubia soviética era de cuidado.
Ambas mujeres se quedaron paralizadas por la sorpresa, solo por un instante que pareció eterno. Instante en el que las palabras sobraron, ya que todo fue dicho con las miradas. El señor Anderson no mentía, su miedo era real; Yi estaba pasmada y Wheeler asintió cerrando los párpados. Menos mal que dicho momento fue interrumpido por el mensajero, quien abrió la puerta de la oficina, acompañado del mayordomo, quien traía una charola con varias botellas de cerveza fría. Todos estaban tan ensimismados en sus emociones, que ni siquiera notaron cuando el mensajero salió de la oficina, atendiendo a una orden dada con la mano izquierda del señor Anderson, mientras hablaba por teléfono.
– Les trajimos algo refrescante, hace mucho calor aquí… ¿Pasa algo malo?, no lucen tan felices como hace rato- digo el joven del cabello ensortijado en cuanto entró.
-João, Airton, dejen aquí las bebidas y por favor déjenos solos, es una reunión importante.- Ordenó el señor Anderson.
– ¿Reuniones en la noche del domingo señor?, usted siempre ha dicho que el domingo es para la familia, es tan sagrado que hasta Dios descansó ése día
– Si João, siempre lo digo. Pero éste es un asunto más importante que la familia…
– ¿Seguro que no quiere que llame a los muchachos de seguridad?
– No, no hace falta – Acto seguido, ambos empleados abandonaron la oficina y cerraron la puerta tras de si
– ¿Qué es lo que ha dicho, señor Anderson?- exclamó sorprendida Yi, en cuanto los empleados salieron y Linka liberó la presión de su puño, con lo cual se sintió libre de hablar
– ¡Mi hijo, Steve, tiene el anillo del corazón que han estado buscando! – de nuevo el miedo en su voz, reflejaba la verdad y nada más que la verdad de su declaración- Lo encontró hace una semana exactamente y desde entonces todo aquí ha cambiado.
– ¿Cómo sabe usted eso?
– Yo se lo dije Linka- respondió apresuradamente Wheeler.
– ¿Por qué? ¿Cómo sabes que es el auténtico? ¿Por eso estas aquí en Rio? ¿Lo estás buscando otra vez? ¿Qué pretendes, embustero? – resultaba increíble la transformación de ésa mujer, de ser una dama serena y de pocas palabras, se había convertido en una bestia rabiosa que no paraba de atacar con sus preguntas.
– Ya te lo contaré mañana, es tarde. Vámonos a dormir, todos debemos descansar, esto es demasiado pesado como para digerirlo en una noche- de nueva cuenta le atajó Wheeler.
– ¿Y tú crees que me voy a quedar dormida, tranquilamente así como así? Nos deben una larga explicación
– Si, por favor- Intervino Yi.
– Si, lo sé. Y también sé que no te vas calmar pronto Linka; así que te lo contaré- se apresuró a decir Wheeler, mientras sus antiguas compañeras, atendiendo a la invitación del señor Anderson, quien con las manos extendidas les señalaba un sillón frente a una mesa de centro, ocuparon sus lugares y se acomodaron para una larga velada- Como lo han oído, soy socio de una importante compañía constructora, llevo una vida normal ahora, he dejado en el olvido eso de ser planetario y querer salvar al mundo, ahora simplemente trabajo para ganar dinero. En fin, ése no es el punto. Yo no vine a Río por el llamado de Gaia, de hecho no lo sentí. Fue Steve, quien me lo dijo. Aquí en Río, pretendemos construir un hotel para una importante cadena. De no ser por las cuantiosas ganancias, no vendría a éste lugar que tan malos recuerdos me trae…
Continuará…
Chaneke verde