“Aceptar que el camino se construye con dudas, con aprendizajes y con aciertos reales. Que no se trata de “engañar al mundo” sino de permitirnos habitar la vida con nuestros talentos, que son tan válidos como los de cualquiera…”
Por: Kathya Moreno
Seguramente más de una vez tiene sentido que tus logros no son tan grandes como los demás piensan. Que, en el fondo, “no eres tan capaz” y que, tarde o temprano, alguien descubrirá que no mereces estar donde estás. Ese pensamiento, aunque silencioso, tiene nombre: síndrome del impostor .
El término fue acuñado en 1978 por las psicólogas Pauline Clancey Suzanne Imes, quienes observaron que muchas mujeres altamente exitosas vivían con la sensación de que su éxito era producto de la suerte, la casualidad o la sobrevaloración de los demás, y no de su verdadero talento. Lo sorprendente es que, con el tiempo, se demostró que no era un fenómeno exclusivo de las mujeres, sino una experiencia compartida por hombres y mujeres en distintos ámbitos, sobre todo en espacios competitivos y de alta exigencia.
Las causas son múltiples. Surgen, en parte, de patrones familiares —cuando la exigencia de perfección era constante, o cuando los logros nunca parecían suficientes—. También influyen factores culturales: vivimos en una sociedad que nos empuja a la comparación permanente, a la medición de nuestro valor en términos de títulos, reconocimientos o me gusta en redes sociales. El resultado es esa voz interna que susurra: “No eres suficiente”.
¿Se puede trabajar el síndrome del impostor? Sí, y es necesario. El primer paso es reconocerlo: ponerle nombre ya abre la posibilidad de enfrentarlo. Después, es clave aprender a celebrar los logros, por pequeños que parezcan, y entender que equivocarse no resta valor a lo que somos. Otra herramienta poderosa es hablarlo: compartir la experiencia con colegas o amigos rompe el silencio y muestra que no estamos solos en esta sensación. Incluso la terapia psicológica ayuda a resignificar la autoimagen ya reconstruir una relación más sana con el propio éxito.
En lo personal, creo que el mayor antídoto contra el síndrome del impostor es la autenticidad. Aceptar que el camino se construye con dudas, con aprendizajes y con aciertos reales. Que no se trata de “engañar al mundo” sino de permitirnos habitar la vida con nuestros talentos, que son tan válidos como los de cualquiera. Porque, al final, el verdadero impostor es esa vocecita que pretende convencernos de que no merecemos brillar.
Construyamos juntos la mejor versión de ti.
@proyecto_be




































































