Quiero con esta colaboración contribuir a despertar las conciencias de los mexicanos,
ayudar, aunque sea limitadamente, a sacudir el marasmo que se ha apoderado de
nuestro pueblo ante los dolorosos sufrimientos que este sistema social le ha impuesto
y que, por razones también atribuibles al estado de cosas que presenta esta sociedad,
generalmente se oculta al entendimiento de la mayoría de la población, no se desvela
el “misterio” ante tanto humo que diariamente nos arrojan a nuestros ojos y a nuestra
capacidad de discernir; las causas verdaderas se ocultan tan bien tras esas cortinas,
que muchas veces hacen pensar que no hay salidas posibles a tantos problemas y a
tantos pesares. Y la interrogante que se deja escuchar entre trabajadores, amas de
casa, etc., es ¿y qué va a pasar? ¿Qué vamos a hacer ante tanta carestía?
Cuando el hombre era propiedad de otro hombre, era esclavo de ese amo; para
él estaba suficientemente clara la causa de todas sus desgracias y sufrimientos, la
tenía enfrente: era el amo, el señor esclavista, el causante, porque era el dueño de
todo, de su trabajo, de su persona, de su mujer y de sus hijos; el señor podía disponer
qué hacer con él y su familia, matarlos por exceso de trabajo o de hambre o
simplemente venderlos si ya no le eran de utilidad, como cuando se vende una bestia
de carga que ya no le reditúa al dueño. El esclavismo, como sistema social, ciertamente
duró siglos, pero al final fue superado y los esclavos se liberaron.
Después, la humanidad da un salto hacia delante, a una nueva sociedad, donde
ya el hombre, como persona física, no podía ser vendido ni comprado, pero quedó
sujeto al yugo del patrón, a la coyunda de la yunta, a las grandes haciendas donde el
siervo de la gleba, o peón acasillado en México, estaba obligado a trabajar la mayor
parte de la semana en las tierras del hacendado a cambio del préstamo de una
pequeña parcela que cultivaba para obtener el sustento de su familia; el peón
acasillado generalmente vivía con su familia en una choza junto al casco de la
hacienda, y estaba sujeto al patrón por la necesidad de la tierra de labor y por deudas
acumuladas y heredadas. Aquí, en esta nueva sociedad, donde la propiedad privada de
la tierra era la base principal de la riqueza, posible a su vez a través de la explotación
del trabajo de los peones o siervos de la gleba, es también clara, palpable, la causa de
la miseria de los trabajadores.
Al ocurrir el tránsito a nuestra moderna sociedad, donde el hombre ya no es
propiedad personal de nadie, ni puede estar sujeto por la fuerza a la tierra del patrón,
sino que es hombre “libre”, entonces, el trabajador ya no ve claramente donde está la
causa de sus torturas y dolores, pues ya no la tiene enfrente, de carne y hueso; no,
ahora lo que tiene enfrente de sí es una máquina que lo sujeta y lo obliga a trabajar a
su ritmo por un mísero salario; ve que, cuando llega una máquina más moderna,
varios de sus compañeros son echados a la calle, y quedan sin trabajo y sin recursos
para producir sus medios de vida. Pero, además, todo el sistema está construido de tal
manera que todo viene a salvaguardar los intereses ocultos tras esa máquina de
hierro que le quita el aliento y las energías y que lo va consumiendo poco a poco; la
mayoría de las veces ni conoce al patrón, solo trata con el supervisor o con el gerente (que también son empleados); si acude en busca de ayuda para mejorar sus
condiciones de trabajo o salario, solo encuentra el silencio o la represión.
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La maquinaria que se ha echado a andar es mucho más grande y más monstruosa. Tiene como asiento a la gran propiedad privada sobre los medios de producción que, a su vez, tiene como base la explotación del trabajo ajeno, por lo que
todo lo que se produce pertenece al dueño de la fábrica, al capitalista y no al
trabajador; asimismo, el valor del producto encierra, además del valor del capital
aportado, un valor mayor, una ganancia (plusvalía) que el trabajador ha aportado, le
ha costado sudor, pero que no se le ha pagado. Y a esta base económica se le ha
envuelto y protegido con una compleja superestructura, empezando con la ley de la
propiedad privada, el Estado y todos sus elementos para ejercer el poder (jueces,
ejército, policía, etc.), y de ese Estado emanan todas las leyes para proteger los
intereses de esos señores capitalistas; así como todos los mecanismos de
manipulación y de enajenación que impiden que el trabajador y su familia vean dónde
se encuentra la causa y la esencia de su pobreza y de la desigualdad social en el
mundo; que entienda que “las condiciones que producen la riqueza producen al
mismo tiempo la pobreza; [que] las condiciones que determinan el desarrollo de la
fuerza de producción, determinan simultáneamente la fuerza de la opresión…”. Pero
también, el desarrollo y las contradicciones de dichas condiciones determinan el
alumbramiento de nuevas y mejores relaciones sociales. No puede una mente sana
aceptar la demencial acumulación de la riqueza social sin inmutarse y, a qué niveles
ha llegado, si me lo permiten, lo abordaré en una segunda entrega.