Julio es el mes de Frida Kahlo, nació el 6 de julio de 1907 y murió el 13 de julio de 1954.
Criticada y maldecida, menospreciada y descalificada, quienes no gustan de su obra, insisten en considerarla mala pintora, producto comercializado hasta la ignominia, abuso de una imagen que está impregnada en cualquier mercancía, como recuerdo de un paseo en cualquier estado de nuestro país.
Yo escucho y callo, atiendo y respeto, estoy segura que no tenemos por qué coincidir en pasiones y en gustos o mal gustos, en espejos y en latidos.
Frida llegó a mi vida, por total casualidad, pero desde ese primer instante su imagen me atrapó, su manera de vestir llamó mi atención, su sonrisa delataba una vida gozosamente trágica, trágicamente intensa, pecadoramente inolvidable.
Obligada por mi profesor del Colegio de Ciencias y Humanidades, yo tenía 16 años, asistí a una exposición en Bellas Artes dedicada a Diego Rivera. Por supuesto, me enamoré del sapo pintor, su paisaje zapatista me atrapó, sentí el hermoso peso que aguantaba en su espalda la vendedora de flores, impresionada escuché la manera en que fue censurado por escribir en uno de sus murales: Dios no existe. Y fue justo en esa esplendorosa obra donde la descubrí a ella, con esas cejas memorable, su rebozo, representaba genuinamente ese “sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”. ¿Y ella, quién es? Pregunté curiosa e integrada: Es la mujer de Diego, se llamó Frida Kahlo, su casa es un museo que está en Coyoacán”.
Visitar ese espacio tan lleno de su alma y de sus emociones, que la delataba con una columna rota, con la frente tatuada por el recuerdo amoroso de Diego, acompañándose a sí misma en “Las dos Fridas”. En ese tiempo no estaba de moda, no había largas filas para visitar su casona. Me miré en el espejo colocado encima de su cama, me encantaron los jarritos verdes que formaban su nombre en su gran cocina, acaricié discretamente uno de sus pinceles, la imaginé caminando por ese gran patio. Salí con Frida convertida en aire siguiéndome, transformada en mis suspiros, impregnada en mi alma.
Después, muchos años después empezó la fridomanía, influyó mucho la exposición dedicada a mujeres pintoras, realizada en el Centro Cultura de Arte Contemporáneo, que perteneció a Televisa, a finales de la década de los ochenta. Me tocó cubrir ese evento ya como reportera. Recuerdo que, por mis conocimientos sobre ella, la directora de comunicación del lugar me regaló unos enormes carteles con las pinturas más representativas, carteles que todavía adornan las paredes de mi casa pues los mandé enmarcar. Ahí está Frida con su columna rota, con Diego en su frente, con espinas enredándose en su cuello.
Siempre que puedo escribo de ella, hoy es un excelente pretexto porque es aniversario de su muerte y este 2021 no será la excepción. Por eso, les comparto los uno de los primeros textos que escribí sobre ella, apostado por la existencia de siete Fridas en mi vida:
FRIDA ENAMORADA. A ti, que pintaste a Diego en el centro de tu mente y lo amaste como un castigo y como un destino. Que te enamorabas de otros, pero te mantuviste leal al amor de tu pintor-sapo nunca fiel por simple mal de amores. Diferentes hombres y mujeres reposaron en tus muslos, pero solamente uno fue el huésped por siempre en tu ideal amoroso.
FRIDA SEDIENTA que no estaba en el rincón de una cantina pero que sí exigía su tequila. Esa Frida que tomaba para calmar sus alegrías y para revelar sus tristezas. La que encontró en el licor el vitral de la locura, el hechizo de las penas, sorbos de desamor. Que ahogó su sexo como un tímpano de hielo o lo entibió con la caricia del amante en turno.
FRIDA VESTIDA con trajes mexicanos. Tehuana que puede guardar el beso clandestino de un amante fugitivo. Belleza mexicana que adornas tu cabeza con flores mientras detrás de un huipil escondes una columna rota o un corazón desangrado.
FRIDA BIGOTONA. En ninguno de tus autorretratos escondiste esos finos vellitos que a muchas mujeres nos alarman y a otras avergüenzan. Vellitos que gracias a tu descaro adornaron tus labios femeninos. Dijo el gran artista Juan Soriano que Frida nunca dejó de pintarse con su bigote porque conocía una frase machista que relaciona el bigote femenino con un cuerpo deseado… “Mujer con bozo, culo sabroso”.
FRIDA NO MADRE. Nunca dio asilo en su vientre durante nueve meses porque sus embarazos siempre terminaron en abortos. Sus pechos en la vida alimentaron a un recién nacido, no pudo apreciar que en la mirada de un hijo reposa toda la magia del cosmos.
FRIDA PINTORA. La misma que descubrí una tarde de 1978 en el Palacio de Bellas Artes. Desde entonces cada trazo firme de tu pincel se comprometió a resarcir a todas las mujeres heridas por el desamor. En cada autorretrato tu mirada es una red que nos atrapa y permite palmar tu rabia o tu amor, tu pasión y tu dolor.
FRIDA-YO-ELLA, juntas y separadas, reconociéndome diferente pero no ajena, descubriendo en mi espejo lo que ella no es y yo he querido ser. Así Frida, estás mis paredes porque me ayuda a ocultar las grietas de mi soledad. Tengo el honor de tenerla cerca de mi corazón cuando luzco una playera con tu nombre y estoy segura que escuchas mis latidos.