“[…] la madre representa la raíz. Cuando esa raíz ha sido herida, podemos sentirnos inestables, inseguros o desconectados de la vida…”
Nuestra historia empieza incluso antes de nacer, en la gestación, con la madre. Ella fue nuestro primer hogar, el primer latido que escuchamos, la primera voz que nos envolvió. A través de sus abrazos, sus palabras —o de su silencio— aprendimos cómo se siente el amor, la seguridad… y, a veces, también la ausencia. Ese primer lazo nos marcó de formas tan profundas que, aunque pasen los años, sigue influyendo en cómo nos tratamos a nosotros mismos y cómo nos vinculamos con otros.
En muchas culturas, la madre representa la raíz. Cuando esa raíz ha sido herida, podemos sentirnos inestables, inseguros o desconectados de la vida. Sanar este vínculo no solo nutre nuestro presente, sino que también fortalece nuestras raíces internas, permitiéndonos crecer con más confianza y sostenernos incluso en momentos difíciles.
Cuando trabajamos en la sanación del vínculo materno, reconocemos que nuestras madres hicieron lo que pudieron con lo que tenían, que también fueron hijas y cargaron sus propias heridas. Desde una mirada humanista, se trata de honrar lo que sí recibimos y aceptar lo que no llegó, sin negar el dolor que eso pudo dejarnos.
En la terapia Gestalt, este camino de sanación implica mirar de frente aquello que quedó inconcluso: palabras que nunca se dijeron, abrazos que no llegaron, historias que nos hubiese gustado vivir. A veces, la sanación llega a través de un ejercicio simbólico, una carta, una conversación imaginaria… Lo importante no es cambiar el pasado, sino darle un lugar en nuestra historia para que deje de doler y podamos elegir cómo vivir el presente.
Sanar el vínculo con la madre también significa reconciliarnos con nuestra parte más vulnerable. Es atrevernos a abrazar a ese niño o niña interna que alguna vez sintió miedo, soledad o incomprensión, y decirle: “Ya estoy aquí, ahora yo te cuido”. Este acto interno, aunque invisible para el mundo, es profundamente reparador y nos da fuerza para relacionarnos de una forma más libre y amorosa.
No siempre significa reconciliarnos físicamente con nuestra madre. A veces, es un trabajo silencioso y profundo que ocurre dentro de nosotros: reconocer a la madre real, soltar a la madre idealizada y, con ello, recuperar partes de nuestro propio corazón que dejamos olvidadas.
Sanar este vínculo es también sanar nuestra relación con la vida. Es decir “sí” a quienes somos, con nuestras luces y nuestras sombras. Es volver a casa… pero esta vez, a la casa que hemos construido dentro de nosotros.
Si este camino resuena contigo, recuerda que no tienes que recorrerlo solo. Contar con el acompañamiento de psicólogos especializados puede ofrecerte un espacio seguro para explorar heridas, aprender a cuidarte y abrirte a vínculos más libres y amorosos. Sanar el vínculo materno es, en el fondo, un acto de amor propio.
Construyamos juntos la mejor versión de ti.
@proyecto_be