Ser inteligente emocionalmente

 Porque al final, las máquinas podrán aprender a pensar, pero solo los humanos seguiremos sabiendo sentir…”

Por: Kathya Moreno.

Recientemente ha incrementado el número de personas que asisten a psicoterapia, con “diagnósticos por identificación” justificando que vieron algún video en redes sociales. Hoy, términos como ansioso, TDAH, narcisista, bipolar o deprimido circulan con una ligereza inquietante en redes sociales, foros y conversaciones cotidianas. Y aunque es positivo que hablar de emociones ya no sea un tabú, existe un riesgo silencioso pero creciente: los autodiagnósticos psicológicos.

El problema no es querer comprender lo que sentimos, sino creer que podemos diagnosticarlo sin herramientas clínicas, sin contexto y sin acompañamiento profesional. En psicología, los diagnósticos requieren entrevistas profundas, análisis del entorno, evaluaciones estandarizadas y un tiempo de observación que jamás podrá sustituirse con un video de TikTok o un post en Instagram.

Entre los autodiagnósticos más frecuentes se encuentran la ansiedad y la depresión, condiciones que muchas personas creen tener al experimentar tristeza, fatiga o preocupación constante. Sin embargo, estos síntomas a menudo responden a estrés acumulado, procesos de duelo o factores biológicos temporales que no necesariamente constituyen un trastorno clínico.

Otro diagnóstico que se ha popularizado es el TDAH, confundido con la falta de concentración, el cansancio mental o el exceso de multitareas. Aunque el trastorno existe y es serio, su identificación requiere evaluaciones especializadas que van mucho más allá de una lista de síntomas en redes sociales.

Lo mismo ocurre con los trastornos de personalidad narcisista o límite. Términos como “tóxico”, “manipulador” o “intenso” se usan de manera indiscriminada para describir conductas difíciles, patologizando rasgos humanos o conflictos interpersonales sin que necesariamente se trate de un trastorno real. De igual forma, la bipolaridad suele malinterpretarse: variaciones normales del estado de ánimo se etiquetan como ciclos maníaco-depresivos, ignorando la complejidad clínica que este diagnóstico implica.

Estas etiquetas autogeneradas no son inocuas. Los autodiagnósticos generan ansiedad innecesaria, al asumir que existe un trastorno grave sin fundamento profesional. También distorsionan la identidad, haciendo que las personas internalicen etiquetas que limitan su crecimiento: “soy así y no puedo cambiar”. Además, normalizan el uso incorrecto de términos clínicos, lo que trivializa condiciones serias y dificulta su comprensión social.

Otro riesgo es que retrasan la atención adecuada: creer que ya sabemos qué tenemos nos aleja de la intervención profesional oportuna, agravando problemas que sí requieren tratamiento. Finalmente, los autodiagnósticos también dificultan las relaciones, pues al etiquetar a otros con términos obtenidos de redes dejamos de verlos como personas completas y comenzamos a interactuar con prejuicios.

Comprender nuestras emociones es importante; etiquetarlas sin bases clínicas, no. En salud mental, la claridad no nace del apuro, sino del acompañamiento profesional.

La salud mental merece la misma seriedad que la salud física. Así como nadie se operaría a sí mismo tras ver un tutorial, tampoco es adecuado asumir diagnósticos sin evaluación profesional. Informarnos es valioso; interpretarlo sin guía, peligroso.

Comprender nuestras emociones sí es una responsabilidad personal…

Pero diagnosticar trastornos es un trabajo clínico, no un acto de intuición.

Construyamos juntos una mejor versión de ti. @proyecto_be