¿Qué les celebramos?
El debate sobre el poder que está obteniendo la milicia parece un mal sueño, una pesadilla, y para tratar de salir de ella se debe asumir que Andrés Manuel López Obrador sufre de la misma ingenuidad que aquejó a Francisco I. Madero.
Trato de imaginar que, así como Madero, el actual presidente de la República no advierte los riesgos de movilizar a los militares que, con órdenes civiles o sin ellas, pasaron por alto el huachicoleo y el tráfico de drogas en el país.
Madero pensó, en su momento, que podría ganarse la lealtad del mismo Ejército federal que combatió y, por ello, desbandó al Ejército Libertador que había derrocado a Porfirio Díaz. El resultado fue un golpe de Estado y la dictadura militar de Victoriano Huerta. La apuesta militarista actual de la autodenominada cuarta transformación encierra los mismos riesgos que persiguieron a Madero y que han dado al traste con otras democracias en la región y el mundo.
Este continuo optimismo de AMLO se tiñe de dudas cuando un presidente que conoce tanto de historia, como él mismo señala, interpreta el pasado contemporáneo de México de forma maniquea. Si el mundo se dividiera en buenos y malos, como AMLO lo divide, hubiese bastado que Huerta no fuera traidor para que la Revolución se consolidara con Madero.
Asombrosamente, para el presidente nada tendría que ver el error táctico de Madero en no reemplazar al Ejército federal con su Ejército Libertador para asegurarse la lealtad de las fuerzas armadas. Tomando en cuenta que, dadas sus capacidades, las fuerzas armadas en el México actual no asumen el poder porque no quieren (o son ‘leales’) darles aún más poder es un desatino político. Sobre todo, si fueron estas mismas fuerzas armadas las que ayudaron a construir el orden político que AMLO ha combatido los últimos treinta años.
Es difícil limpiar de manchas el ayer. Mejor enunciarlo así: todo presente puede sorprendernos con un peor rostro. Ahora temo echar de menos los tiempos en que alertábamos de la falta de preparación policiaca de los militares metidos a tareas de seguridad pública. Se extrañan, por así decirlo, las discusiones sobre los derechos humanos y los preceptos constitucionales que se estaban violentando. O se extraña que esas discusiones fueran el único eje.
Hoy la sociedad mexicana constata con pasmo que no es necesario un golpe de Estado ni un horrífico magnicidio para que los militares gobiernen. Ya no parece requisito que los generales hagan a un lado al presidente, a los gobernadores electos o a los legisladores. Les basta con apropiarse, por la vía de acuerdos, de las instituciones gubernamentales.
México es un país con una fuerza militar de 319 mil soldados y creciendo. Como en todos lados y en todos los tiempos, esta fuerza compone un agente a la vez necesario y temible para el sistema político.
Hoy los militares cabildean sin tapujos y venden sus servicios sin remilgos. Firman convenios con todos los gobiernos, de todos los niveles, para tareas de todo tipo. En 2020 firmaron con la Ciudad de México para construir un hospital, con Puebla para hacer un centro educativo, a Coahuila le cobraron recursos estatales por construir instalaciones militares, en Guanajuato, tierra de agricultores exitosos, el Ejército recibió lo correspondiente para producir plantas de reforestación. Por contar sólo unos cuantos ejemplos.
No hay otra opción, los militares deben regresar a los cuarteles de lo contrario podría darse un episodio lamentable en la historia de nuestro país que si bien no sería nada desconocido sí sería catastrófico vivirlo nuevamente como en siglos pasados.
Regresar a los cuarteles a las fuerzas militares fue la arenga de un personaje de la política mexicana al cual muchos mexicanos apoyaron y creyeron en él. Hoy lejos de cumplirlo hace tratos con ellos y se apoya en ellos. Sí efectivamente éste personaje es López Obrador ¿qué sucederá?…. lo mejor será tomar cautela y estar atentos.