arturo moreno

Cuando el presidente estadunidense Joe Biden y el presidente López Obrador se entrevistaron por vez primera el mandatario estadounidense se dijo devoto de la Virgen de Guadalupe. La intención política del gesto fue obvia: aportar un elemento de identificación con los mexicanos. El presidente López Obrador, ni tardo ni perezoso, equiparó a la Virgen con Benito Juárez. Dijo que ambos eran símbolos de la “pluralidad mexicana”.

Joe Biden es el segundo presidente católico que ha tenido Estados Unidos. John F. Kennedy fue el primero he incluso fue a la Basílica con su esposa cuando vino a México en 1962. Ambos se arrodillaron delante de la tilma de Juan Diego y rezaron; por su parte Biden ha estado cuatro veces en la Basílica. Si su intención fuera sólo política, con una visita bastaba; entonces habrá que creer que su devoción no es propaganda; así lo pienso porque la capacidad de empatía que lo ha hecho famoso, la generosidad con la que comparte sus emociones reflejan un sentimiento religioso profundo.

Dudo que podamos esperar un trato privilegiado de parte del presidente Biden porque la mayoría de los mexicanos pertenece a la misma comunidad religiosa de la que se es miembro. En todo caso, si esa coincidencia es un factor de relevancia política, no será en nuestro beneficio. Es posible que Biden considere que los mexicanos no somos muy buenos católicos, sobre todo si nos comparamos con los de Estados Unidos, cuya formación religiosa es muy superior a la nuestra: más sólida, más informada y mejor reflexionada; y su compromiso con la Iglesia es mucho más profundo y firme que el de la mayoría de los mexicanos.

Así es porque el catolicismo en Estados Unidos es una religión minoritaria y tiene que estar a la defensiva. No obstante, está en vías de dejar de serlo. El flujo de latinoamericanos a Estados Unidos ha hecho del catolicismo la religión que crece más rápidamente; asimismo, ha fortalecido el conservadurismo de una Iglesia que en los años sesenta era portavoz del radicalismo irlandés, de las demandas de igualdad de las religiosas, de la transformación de la Iglesia por su acercamiento a los desposeídos. Temas todos con los que creció el presidente Biden.

 

Ahora que es presidente, Biden debe resolver una contradicción muy difícil y compleja. Siempre ha sostenido la legalización del aborto. Esta postura lo coloca en oposición al credo católico, y no sólo eso, tan grave es la transgresión que varios obispos han planteado que se le niegue la comunión: el acto sagrado por excelencia, en el que el católico recibe el cuerpo y la sangre de Cristo y se hace uno con el hijo de Dios.

Negarle el sacramento a Biden, que lo recibe devotamente todos los domingos, del cual deriva paz y fuerza espirituales, sería prácticamente excomulgarlo, un castigo que le sería muy doloroso y difícil de sobrellevar. Por esa misma razón, no hay acuerdo entre los obispos al respecto, y hasta ahora el párroco a cuyas misas asiste el presidente ha hecho caso omiso de las protestas de sus colegas que quieren aplicar el castigo a Biden que es un pecador promedio y un guadalupano por excepción.