Una peregrinación que une a una comunidad rumbo a La Villita

Una peregrinación que une a una comunidad rumbo a La Villita. FotoEspecial

Vecinos de la colonia Margarita Morán mantienen viva una tradición que mezcla gratitud, promesas y esperanza durante las celebraciones guadalupanas

En las festividades a la Virgen de Guadalupe, cuando los caminos hacia La Villita comienzan a llenarse de plegarias y flores, también llegan historias que se sostienen no solo en la fe, sino en la fuerza de la comunidad.

Entre ellas está la de Inocencio y Catalina, vecinos que han encontrado en la peregrinación un lazo que trasciende cuadras, colonias y años.

Inocencio lleva 21 peregrinaciones cumplidas. Cada una es un acto de continuidad, una herencia que su madre le dejó desde niño. Hoy, ella sigue con vida, pero enferma. En los últimos meses, su salud ha sido un motivo permanente de oración. “Mi mamá está muy enferma y gracias a la Virgen ya está un poco mejor”, cuenta con voz pausada.

Ese milagro, pequeño o grande según quién lo escuche, lo impulsa a seguir la tradición que su madre ya no puede realizar por sí misma. En su casa realizan nueve rosarios del 4 al 12 de diciembre. El último se rezará hoy. “Sigo por delante la oración”, dice mientras acomoda el estandarte que lo acompañará hasta el templo.

Pero Inocencio no camina solo. A su alrededor, 20 personas lo acompañan. Son vecinos, no parientes, pero unidos por un mismo sentimiento. Las promesas se mezclan con los agradecimientos; algunos piden salud, otros trabajo, otros simplemente la oportunidad de seguir teniendo techo y comida. Todos llevan algo en el corazón. Entre ellos camina Catalina Juárez, quien llegó a vivir a la misma colonia tiempo después.

Ahí, en las calles de la Margarita Morán, en el Ejido La Pacoya, surgió la unión. “Ellos ya traían la tradición y nosotros nos unimos”, cuenta. Catalina tiene también su propio testimonio.

Hace un año, no podía mover las piernas. La operación parecía un riesgo, pero ella confió. “Le pedí mucho a la Virgen que me sanara… y sí me sanó. Me operaron y salí bien, gracias a Dios”. Por eso vuelve.

Por eso invita a otros a no perder la fe. La devoción no siempre nace de un milagro, sino de la gratitud cotidiana. “Venimos a agradecer por la salud, por el trabajo, por tener comida y también a pedir por los que no tienen”, dice otra de las vecinas que se suma a la caminata. En este grupo la fe no es un acto solitario; es una estructura comunitaria.

Camina Inocencio con el estandarte; camina Catalina con su historia de sanación; caminan veinte voces que han aprendido que la devoción también se comparte.

Y mientras avanzan hacia La Villita, entre rezos, cantos y veladoras, se vuelve claro que la peregrinación no solo es un trayecto físico. Es la suma de vidas que se entrelazan para sostener una tradición que, pese a los años y las dificultades, sigue viva.