Un camino lleno de baches no solo representa incomodidad; puede provocar una sensación constante de frustración, impotencia e incluso abandono. Es una señal silenciosa que comunica: “Nadie cuida esto. Nadie te cuida a ti.”
Por: Kathya Moreno.
A simple vista, un bache en la calle parece un mero problema de infraestructura. Sin embargo, desde una perspectiva psicológica, su presencia (y persistencia) revela mucho más que una falla en el concreto: pone al descubierto las grietas en el vínculo entre ciudadanía, autoridad y salud mental colectiva.
La infraestructura pública —calles, banquetas, luminarias, parques, transporte— no es solo un tema urbano o logístico. Es una extensión material del Estado, un reflejo del cuidado que una sociedad se da a sí misma. Cuando esta infraestructura falla de forma crónica, como en el caso de los baches, lo que se erosiona no es solo el pavimento, sino también la percepción de dignidad, pertenencia y seguridad de quienes transitan por él.
Desde la psicología ambiental sabemos que los entornos deteriorados influyen negativamente en el estado emocional de las personas. Un camino lleno de baches no solo representa incomodidad; puede provocar una sensación constante de frustración, impotencia e incluso abandono. Es una señal silenciosa que comunica: “Nadie cuida esto. Nadie te cuida a ti.”
La repetida exposición a estos mensajes implícitos desgasta. Puede generar estados de irritabilidad crónica, desconfianza en las instituciones, e incluso contribuir a formas leves de ansiedad o estrés. Los entornos descuidados, además, desincentivan la participación ciudadana y favorecen la desconexión social: si el espacio común no vale, ¿por qué yo sí?
Este impacto se amplifica en comunidades vulnerables, donde la falta de mantenimiento urbano no es la excepción, sino la norma. En estos contextos, el deterioro físico del entorno funciona como un espejo psicológico del abandono social. Los baches se vuelven símbolos del olvido, y su acumulación refuerza narrativas internas de desvalorización colectiva.
Los baches no solo dañan autos. También deterioran el tejido emocional de una comunidad. Y al igual que el asfalto, la psique también necesita reparaciones visibles, constantes y empáticas. Porque cuando cuidamos la ciudad, nos cuidamos entre todos.
Afortunadamente, esta relación entre espacio y psique también nos da una poderosa herramienta de transformación. Cuando una calle se repara, cuando un parque se ilumina o una banqueta se vuelve accesible, no solo se mejora la movilidad: se reconstruye la confianza, se cultiva el sentido de pertenencia y se fortalece el tejido emocional de la comunidad. Cuidar el entorno es una forma concreta de cuidar a las personas. Y eso significa que, con voluntad colectiva y conciencia psicológica, sí es posible pavimentar no solo las calles, sino también un camino más saludable hacia una sociedad más digna, conectada y resiliente.
Construyamos juntos la mejor versión de ti.
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