La pandemia ha venido a complicar más la vida de la inmensa mayoría de los humanos y, en países como el nuestro, derivado de su mal tratamiento, de la incapacidad e indolencia para enfrentarla por parte del gobierno, simplemente ha hecho estragos en todos los ámbitos: salud, economía, empleo y educación.

Decía en colaboraciones anteriores que son millones los niños y jóvenes los que han abandonado la escuela, y millones que, aunque siguen formalmente inscritos, su educación es muy deficiente a través de los mecanismos virtuales o simplemente les es imposible conectarse a sus clases virtuales. La UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) señala que el cierre de centros escolares y la pérdida por la educación a distancia son factores que tendrán un impacto global en la salud mental de los niños en todo el mundo, pero mayormente en países de ingresos medios y bajos, como México. Y si a esto le sumamos, la “demencia digital” o el “embrutecimiento digital”, como le ha llamado un estudioso de la salud mental, podemos imaginar a nuestras futuras generaciones de mexicanos; con esta real preocupación, quiero hoy compartir con todos ustedes algunas reflexiones al respecto.

Sin duda, como acertadamente señala el Dr. Abel Pérez Zamorano en uno de sus artículos:

“La economía de cada época impone y expresa su poder e intereses en todos los ámbitos de la vida social: en las artes, la educación, la comunicación, las leyes, la filosofía, la ética. Específicamente, en la sociedad capitalista rige el principio de maximizar la ganancia, para lo cual se debe vender lo más posible, aun mercancías innecesarias, o dañinas (la
mercadotecnia es instrumento formidable para conseguirlo)”. Es decir, la estructura socioeconómica demanda un tipo de ciudadano hecho para lograr sus intereses sin importar el daño personal o social causado. Sin dejar de reconocer que las nuevas tecnologías de la comunicación son muy importantes y útiles (aunque ya vimos que para las clases virtuales no se dieron las condiciones para que los niños y jóvenes las usaran), obviamente, si son bien empleadas, también tienen un alto riesgo y están causando estragos en la niñez y la juventud, efectos que quizás los padres algo podamos mitigar para tener hijos más nuestros y menos de las redes sociales y de la internet; menos enajenados y manipulables.

Manfred Spitzer, señala en su libro “Demencia digital” que: “A los políticos responsables de la educación les gusta alabar la elevada utilidad didáctica de los medios digitales. Y los grupos de presión de las empresas de software se frotan las manos con las ofertas sensacionales que abrirán a nuestros hijos las puertas de un futuro mejor. Nada funciona hoy en día sin ordenadores, teléfonos inteligentes ni internet. Sin embargo, todo ello entraña unos peligros inmensos, porque su utilización intensa debilita nuestro cerebro.

Los niños y los adolescentes pasan más del doble de tiempo con medios digitales que en la escuela. Las consecuencias son trastornos del lenguaje y del aprendizaje, déficit de atención, estrés, depresiones y una disposición creciente a la violencia”.

En el prólogo se advierte que: “A la vista de este preocupante estado de cosas, el doctor Spitzer recuerda sus obligaciones a padres, a profesores y a políticos. Reclama una información objetiva sobre los riegos y exige a los padres que pongan límites al pasatiempo digital de sus hijos para que no se vean arrastrados a la demencia digital y por el bien de su propio futuro”.

En su artículo, Ellen Kositza, periodista y escritora alemana, comenta que el eminente investigador de temas sobre el cerebro humano y la mente nos advierte: “…que cada hora que se pasa delante de una pantalla de medios digitales es un tiempo perdido para los niños”. Y nos dice: “es difícil de creer, los alumnos alemanes de noveno grado pasan una media de siete horas y catorce minutos al día frente a la televisión, el vídeo, Internet y los juegos de ordenador. Esto ni siquiera incluye la pantalla del Smartphone… Un joven que desplaza la mayor parte de sus actividades a la «red» en lugar de entrenar su voluntad, su creatividad y su formación de opinión mediante el deporte, el teatro, la lectura de periódicos o las manualidades, perderá casi con toda seguridad su autocontrol afectivo.  Los síntomas de estrés (como la depresión y el insomnio), la falta de visibilidad social y los problemas escolares son algunas de las consecuencias”. Y concluye su interesante artículo, diciéndonos: “Los consejos concretos para un adecuado entrenamiento del cerebro que ofrece Spitzer pueden parecer banales, pero dan en el clavo: ¡los niños pequeños se benefician más de simples juegos de dedos que de los ordenadores portátiles en el jardín de infancia! Los ejercicios constantes de autocontrol (primero una canción, por muy tentadora que sea la tarta en la mesa) sirven para inmunizarse contra el estrés. ¡Canta mucho y bien fuerte!”

Así pues, para realmente poder transformar el país en una nación para todos, con menos pobreza y desigualdad, necesitamos a hombres y mujeres pensantes, capaces de visualizar los grandes problemas que nos aquejan y cómo resolverlos; seres humanos solidarios y dispuestos a contribuir honradamente a levantar de sus ruinas a esta rica nación, pero sumida en una humillante pobreza, y no personas robotizadas, presas de la enajenación, de la manipulación o de las drogas. Hagamos los padres, profesores y todos los
actores involucrados, la tarea para lograr jóvenes física y mentalmente sanos.