La fiesta de San Agustín una celebración que mueve a todo un pueblo de Hidalgo

Una mezcla de lo divino y lo pagano se vivió en San Agustín Tlaxiaca, cuyas festividades giran alrededor de San Agustín de Hipona y cuatro cruces que custodian al poblado desde lo alto del “Cerro de la Providencia”, la montaña más alta del lugar que año con año congrega al pueblo católico en un acto de fe, fuerza y tradición.

Del 13 al 29 de agosto se vivió en San Agustín Tlaxiaca, una de las celebraciones religiosas más impactantes del estado de Hidalgo, pues en un acto de fe, cientos de hombres y mujeres caminan con cuatro cruces a cuestas que son colocadas en la cima del “Cerro de la Providencia”.

El esfuerzo es sobre humano, pero la fe les da fuerza y se impone sobre lo pagano que se mezcla durante 17 días de fiesta que comienza el segundo domingo del mes de agosto cuando la multitud sube por sus cruces, su primera parada es la iglesia del centro de la demarcación, luego de la misa, los cuatro maderos sagrados salen rumbo a la casa de “Los Padrinos”, que se ubican en cada uno de los barrios de San Agustín Tlaxiaca: Mexiquita, Casa Grande, Fresno y Huizache.

Ese mismo domingo inician las festividades, al ritmo de música de banda y de mariachi, “Las Guardianas” son recibidas por sus anfitriones, quienes ofrecen comida para todos los que la acompañan.

Durante los 17 días posteriores se realizan rosarios donde los vecinos se organizan para ofrecer tamales, atole, café, pan, chalupas y dulces.

En medio de estos días de fiesta, los padrinos adornan con flores artificiales sus cruces a las que colocan bordos o tejidos que las mujeres han elaborado como un signo de devoción, pues en cada puntada va una promesa, un agradecimiento o una petición.

“Cada año tratamos de dar lo mejor de nosotros porque Dios nos dan la vida, la salud y el trabajo principalmente, y ésta es una forma de honrar ese amor a Cristo quien murió en una cruz por nosotros y nos dejó ese símbolo de nuestra salvación”, dice la señora Rosa Rodríguez.

A la llegada del 27 de agosto nadie duerme, los rezos se mantienen a lo largo de la noche, pues en la madrugada en medio de artificios pirotécnicos se alistan las procesiones para acompañar a las cruces de regreso a la iglesia principal para las mañanitas en honor a San Agustín y para estar presentes en las celebraciones religiosas a lo largo del 28 de agosto.

El día 29 es el fin de las celebraciones, pero es el día crucial, es el más importante porque las cruces habrán de retornar a su lugar de origen.

Las calles lucen limpias y con adornos, en cada parada de la procesión se ofertan bebidas, fruta, dulces para que la gente agarre fuerza y aguante el largo trayecto de poco más de 4 kilómetros, hasta llegar a lo más alto de la montaña para tener su propio encuentro con Dios.

Los hombres que llevan las cruces a cuestas apenas pueden y con tragos de tequila o mezcal se dan valor para avanzar entre el suelo escarpado, mientras que las mujeres van por adelante con estandartes y las imágenes de la virgen de Guadalupe.

El último tramo es el más pesado, ahí se pone a prueba la resistencia, la fuerza y la fe de todo el pueblo que haciendo cadenas humanas o apoyados por cuerdas, jalan y jalan para ayudar a quienes cargan las pesadas cruces.

En la retaguardia, jóvenes, hombres y mujeres empujan para impedir que el peso de las cruces regrese a los casi 30 cargadores que por gusto, tradición o herencia de sus abuelos o padres tienen la encomienda.

Como Mauri quien a sus 24 años tomó el papel que le dejó Fide, su papá, quien murió el 8 de septiembre de 2019, apenas una semana después de vivir por última vez esta fiesta que tanto le gustaba y quien con mucha devoción cargaba la cruz desde muy joven.

Por momentos el dramatismo cobra vida, al llegar a la cima los hombres se tiran exhaustos, muchos requerirán ayuda especial, para eso están paramédicos y personal de Protección Civil.

Apenas hay tiempo para reponerse bajo los inclementes rayos de sol, pues una nueva misa se celebrará previo a subir las cruces a lo más alto de la capilla para cumplir con el ritual y dar por terminada la fiesta patronal.

Finalmente, “Los Padrinos” que han echado la “casa por la ventana”, ofrecen su última ofrenda a los peregrinos, aguinaldos que son lanzados desde lo más alto.

Todo se convierte en alegría, los tlaxiaquenses habrán cumplido y ahí todo termina, entre abrazos y parabienes entre los cargadores, los padrinos, las familias, los amigos con la promesa de regresar “si Dios quiere” el próximo año.

La celebración data de por lo menos 200 años, aunque Pedro, el carpintero del Barrio de Mexiquito, encargado de elaborar las cruces desde que llegó al pueblo hace más de 30 años, refiere que el “Cerro de la Providencia” fue un centro ceremonial de las culturas prehispánicas que iban de paso rumbo a Tula a Teotihuacán o a otros asentamientos humanos de aquel entonces.

Luego de esa etapa, los habitantes de San Agustín Tlaxiaca vieron en la montaña un lugar sagrado y ahí colocaron la primera cruz, una pieza de piedra que una familia de campesinos encontró mientras araba la tierra.

La historia indica que, tras el hallazgo, se hizo una gran fiesta y decidieron colocarla en el cerro como una protección para todo el pueblo y ahí comenzaron los milagros, pues las lluvias eran abundantes y las cosechas muy productivas.

La gente era feliz porque les iba bien, pronto se corrió la voz entre comunidades aledañas lo que provocó que la cruz milagrosa fuera hurtada, pese a la búsqueda desesperada, la imagen nunca fue localizada, para reparar la pérdida, los afligidos pobladores mandaron hacer una cruz de madera de romero la cual debía medir 7 metros de largo.

Actualmente, la cruz de Mexiquito, que es la más grande, mide poco menos de la medida rigurosa, pues no han podido encontrar un árbol sano en los bosques de Hidalgo que les dé una pieza de esa longitud, su peso oscila entre los 150 y 200 kilos debido a una caja de metal que guarda en su interior una imagen de la “Divina Providencia”.

Cada barrio tiene su propia cruz y aunque son un poco más chicas, su peso es similar pues es madera más gruesa para que soporte las inclemencias del tiempo, aunque cada cierto tiempo son renovadas.

Estos cuatro maderos son colocados en lo alto de la humilde capilla de piedra mientras que adentro solo se queda una cruz más pequeña con la imagen de un cristo crucificado que desde hace casi 40 años llegó a este poblado como parte de un regalo que hizo el Señor Rodolfo, un empresario de la ciudad de México que quedó cautivado por la festividad.

El hombre se preguntaba porque ninguna de las cruces tenía la imagen del redentor.

La explicación era que las imágenes expuestas a la intemperie a lo largo del año se deteriorarían más rápido, otro motivo era que las cruces serían todavía más pesadas y que durante las subidas y bajadas podían sufrir daños irreparables y no tenía caso.

Por ello, la única cruz que permanece dentro de la capilla es justamente la que tiene la imagen de cristo, ante la cual los creyentes hacen todo tipo de peticiones o agradecimientos.

Los peregrinos eran solo de San Agustín Tlaxiaca, pero ante la ola de milagros que aseguran ocurren, hay gente que llega de fuera para hacer una manda o penitencia.

En el caminar por la montaña hasta conquistar la cima, se van haciendo las peticiones, muchas de las cuales cobran vida.

Este año, la tradición se reactivó y más de 10 mil personas subieron al “Cerro Grande” a dejar a sus guardianas, el número es muy importante si se toma en cuenta que, durante los dos años de pandemia, las celebraciones se suspendieron y solo los padrinos y los más allegados subían para los rituales religiosos.

Además de quienes suben atraídos por la fe, hay un número importante de jóvenes y turistas que llegan a San Agustín para vivir la experiencia y el resto de las actividades paganas que se realizan alrededor de estas celebraciones.

Música, castillo, juegos mecánicos y la muestra gastronómica es parte de lo que se vive en los días de fiesta de San Agustín.

Alternamente, a las celebraciones religiosas, en estos días de fiesta, el comité organizador y el Ayuntamiento, ofrece a los habitantes y visitantes un espectáculo de pirotecnia, además de disponer de un área de juegos mecánicos, expendio de alimentos y la venta de artesanías.

Como parte de los atractivos, hubo artistas de música regional mexicana que amenizaron los bailes masivos en la plaza principal de la demarcación los días 28 y 29 de agosto.

Así concluyeron estos días de fiesta donde la fe, mueve a todo un pueblo a la montaña sagrada en busca de un milagro, en busca de fuerza para cargar su propia cruz a lo largo del año hasta el reencuentro.