Hola Gloria:

Te escribo con lenguas de fuego, agradeciendo que me convenzas y me inspirar para seguir con la necedad de que la escritura me salva, que es ella la que me permite descubrirme, preservarme, construirme. Acabo de releer la misiva que escribiste en 1980 y que circuló con el título “Carta a Escritoras Tercermundistas”.

Gracias por marcar diferencias y aceptar cercanías, entre mi piel morena y la tuya y las pieles coloridas de todas las demás.

¿Sabes? Yo empecé a escribir desde pequeña, pero no fui yo la que se dio cuenta, siempre fueron los demás, siguen siendo los demás quienes me convencen que no es mi trabajo ni tampoco magia, es mi idioma, en mi lenguaje, mío, muy mío. Ahí está mi maestra de la primaria publicando mis versitos en el programa del festival del día de la madre. La de Orientación Vocacional asegurándome que en mis textos siente una pasión que ninguna otra niña de la secundaria muestra. Hortensia Moreno asustándome cuando me señala y me dice, eres una escritora. Mis profesores de la universidad leyendo como ejemplo mis textos. Y yo, sin creerlo. Así he llegado a muchos espacios, escribo, guardo el texto en una botella de cristal, la lanzo al mar y de pronto, hay respuestas, hay coincidencias, quizá críticas, poca indiferencia.

Por eso, gracias, pues estoy segura que en tu texto, carta, poema, ensayo, página de diario, cuento o relato, estás tú y estamos todas. He sentido que estás tú, pero a la vez las que nos abrieron camino.

Juro que yo veo detrás de tus palabras a Sor Juana Inés de la Cruz y su certeza de que las mujeres no estudiaban para saber más, sino para ignorar menos.

A Leona Vicario que escribe con seguridad que el amor no es el único móvil de las acciones femeninas sino también el amor a la patria y luchar por ese ideal.

Veo a Laureana Wright, periodista mexicana del siglo XIX quien escribió y respondió: “¿Qué necesita la mujer para llegar a la perfección? Fuerza de voluntad, valor moral, amor a la instrucción y sobre todo, amor a sí misma”.

Escucho a María Antonieta Rivas Mercado, quien antes de dar vuelta rumbo a Notre Dame dejó una nota, sin despedirse, pero detallando que se iba tranquila porque el hombre que amaba no recibiría solo la noticia de esa decisión de morirse por ella misma.

Está Rosario Castellanos, la misma que nos juró en sus poemas que existe otra forma de ser humano y libre.

Atisbo a Kira Galván que, mientras lava los trastes, pregunta en su poema: “Contradicciones ideológicas al lavar un plato ¿No? / Y también quisiera explicar/ Por qué me maquillo y por qué uso perfume/ Aclararme por qué cuando lavo un plato/ O coso un botón/Él no ha de estar haciendo lo mismo”.

Y las mujeres que faltan y las escritoras que van llegando y las que vendrán… Las que mencionas en tu carta, las que representas tú en cada palabra, la que soy yo escribiéndote esta carta. Tu cómplice. Elvira